EN EL LIBRO Los 68. París, Praga, México , el escritor Carlos Fuentes sostiene que las derrotas aparentes de los movimientos estudiantiles de 1968 se convirtieron a largo plazo en derrotas pírricas o victorias aplazadas. Fuentes cree que es así porque considera que la renovación del socialismo, el desprestigio del comunismo, el derrumbe de la URSS y la superación del priismo en México son consecuencias directas de las protestas de aquel año. De algún modo le atribuye casi todo lo bueno a aquellos momentos estelares de los movimientos estudiantiles (también en España, contra Franco, aunque este caso le interese menos al escritor mexicano). La realidad es que los que vivimos de cerca aquellos sucesos no estamos seguros de que nuestros éxitos hayan sido tantos. Basta con repasar las pintadas callejeras del mayo francés para darnos cuenta de que la derrota no fue pírrica. En aquellos grafitos una generación proclamaba que no iba a hipotecar su vida pagando letras, que no iba a someterse a los dictados del capital, que no aceptaría jamás un mundo en el que todos saben el precio de todo y el valor de nada, etcétera. Si tenemos en cuenta el resultado -que ninguna generación anterior pagó más letras que la nuestra, y que muy probablemente sólo nuestros hijos pagarán más que nosotros-, ¿de qué victoria estamos hablando? Tiene razón Carlos Fuentes al señalar los hitos políticos, pero la de 1968 fue esencialmente una revolución humanista y cultural, muy referida a los valores de la persona (y no por ello individualista). Y estos valores triunfaron en los corazones de muchos seres humanos, pero no en su confrontación con la realidad. El «cambiar el mundo» de Marx se impuso -incluso contra Marx- al «cambiar la vida» de Rimbaud, que constituía el verdadero eje de los anhelos del 68 en el mundo occidental. De modo que: victoria, sí, pero derrota también. Basta con leer las preguntas que le hicieron entonces los líderes estudiantiles Höwenthal, Schwan, Claesens, Dutschke o Lefevre al veterano filósofo-rey Herbert Marcuse para darnos cuenta de lo lejos que estamos hoy de aquellos sueños. Porque nuestro estúpido realismo vital de ahora no se puede calificar de victoria. Creo.