GEORGE W. Bush fue hasta Pekín para ver si arreglaba el problema chino. El de la falta de libertades, se entiende. Lo ha hecho, sabedor de que sólo él puede arreglar este tipo de cuestiones en países que desconocen lo que es un régimen democrático. Lo malo es que Bush ha dejado Pekín tras recibir un portazo de Hu Jintao que le vino a decir, más o menos, que él sabe muy bien lo que hace y que construirá su propia democracia de acuerdo con las condiciones del país. Le faltó decirle lo que le dirían nuestras abuelas: « Ti amaña a túa casa, que boa falta lle fai, e déixame en paz» . Pero en chino, claro. Porque es cierto que China patea todas las libertades, todas las mañanas. Tan cierto como que mantiene vigente la pena de muerte, y por no haber no hay ni manifestaciones de protesta. Pero no es menos cierto que todo esto de las libertades públicas pudieron habérselo reprochado a Hu Jintao el alemán Gerhard Schröder o el español José Luis Rodríguez Zapatero, que algo saben de democracia. Pudo habérselo reprochado, si me apuran, el venezolano Julio César Chávez. Pero George no, por favor. George no puede dar lecciones de legalidad y conducta. Porque mira por dónde se erige en defensor de las libertades el presidente de un país que también tiene vigente la pena de muerte, que tortura a sus prisioneros, que utiliza fósforo blanco contra sus enemigos. Un país que organiza vuelos secretos, que mantiene el racismo y que se entretiene devastando a otros países.