LOS DISTURBIOS del lunes en Estrasburgo no fueron más que la crónica de una revuelta anunciada. No se entiende que el comisario Barrot, en vez de abrir una nueva senda para poner los puertos en el siglo XXI, haya optado por rescatar una directiva con el sello de su antecesora, que fue tumbada dos veces -tres con la de ayer- por la Eurocámara y que lo único que había logrado fue que los estibadores, al no tener a tiro a Loyola de Palacio, descargasen su ira apedreando la embajada de España en Bélgica hace casi tres años. Puede que abrir a la competencia los servicios portuarios mejore su eficiencia, pero la puerta al libre mercado debe hacerse con garantías, no con un texto que permita suprimir los privilegios de un colectivo para sobrecargar a las tripulaciones de los mercantes.