EN HONG KONG el arco iris es de neón y sólo sale por las noches. Las luces de los rascacielos bailan en el agua de la bahía y hacen guiños con los rayos láser. Todo es superlativo. La postal de H. K. es un escaparate de un desmedido exhibicionismo, es un bazar la ciudad donde conviven los mercadillos populares con el lujo occidental de Vuitton o Armani, donde coexisten las ofertas de comida tradicional con toda la avifauna lacada y colgada a las puertas de las tiendas con los más exquisitos restaurantes. Postal de buildings , de edificios de autor firmados por todos los arquitectos de vanguardia con el pórtico del más bello de los aeropuertos obra de Norman Foster, que introduce al viajero en esa fantasía de ciudad a la que se llega por el puente atirantado más largo del mundo, que se cuelga sobre la mar y duplica la península de Kowloon uniéndola a la isla que un día fue británica. En Kowloon el aire tiene aromas de pueblo perfumado con olores a domingo. En la isla, en H. K., no huele a Asia, el aire es de té de las cinco y esencia de Dior. Los ejecutivos y los guiris madrugadores hacen taichi, que es una suerte de sardana oriental, un ballet tempranero que enseña a coger el cosmos con las manos. En H. K. leen los pies e interpretan el cuerpo en la reflexoterapia, y en los templos taoístas traducen los horóscopos al inglés. Y fue en el templo de Lim Po, junto al Buda sentado más grande del mundo, donde recibí un mensaje SMS que me anunciaba el nombramiento del alcalde Paco Vázquez como embajador en el Vaticano. Todo un símbolo. Las aletas de tiburón, ingrediente esencial de la cocina china, vienen de Galicia. La tienda de Zara en H. K. es la más grande de la cadena. Y recuerdo que un camarero del mítico hotel Península, que llegó a H. K. como músico de fortuna y se enamoró de una china, era de mi pueblo. Regreso de H. K. con el sabor agridulce de «un país, dos sistemas», nuevo eslogan del gigante chino. El avión inmenso de Air France rompió en dos la noche en una carrera que cruza el Viejo Mundo sobrevolando el Gobi y el Himalaya. Al volver, vía Amsterdan en la KLM, el Pacífico y el Atlántico tardan trece horas en abrazarse. Seis centenares de españoles viven en H. K., la antigua puerta de China. Hoy se entra al nuevo imperio económico por Pequín o Shanghái. La muralla china ya abrió sus puertas, que más que de entrada son de salida. Dan salida a todos los productos que manufacturan y exportan. China, el nuevo gigante, devuelve la visita que un día lejano realizó Marco Polo. Todavía se vivían los fastos del año nuevo chino: éste es el año del perro, acaso de un perrito pequinés que yo vi en H. K. Lo llevaba en brazos una bella ejecutiva de la city . La aguardaba su chófer, que abría la puerta de un Rolls Royce. Un país, dos sistemas. Está claro. En Lantau hay una aldea de pescadores que viven en palafitos para disfrute antropológico de viajeros que llegan de Occidente. Me gustó H. K.