SANTIAGO Ramón y Cajal, en su testamento, un mes antes de morir, mandó que se entregaran ejemplares de dos de sus obras, Reglas y Consejos sobre investigación biológica, y Recuerdos de mi vida , a los estudiantes más aventajados, para servir de acicate y modelo a la nuevas generaciones y transmitir sus enseñanzas de la vida. Con la intención de cumplir dicha voluntad testamentaria, en este caso no como ejemplo, claro, sino para no llevarnos más sinsabores de los necesarios, resalto ahora algunas reflexiones, sobre la ingratitud, del genial histólogo en sus Charlas de Café , donde concluye que «hay tres clases de ingratos: los que callan el favor, los que lo cobran y los que lo vengan», o que «sólo se recuerda el último favor¿ hasta que se convierte en penúltimo». En efecto, como dijo Thomas Moore, aquéllos que reciben un mal lo escriben sobre el mármol pero, si es un bien, en el polvo, atribuyéndose a Luis XV de Francia la afirmación de que cada vez que se provee una plaza vacante, se crean cien descontentos y un ingrato. Tras destacar que lo más grave de la animadversión es el silencio, presagio y anticipo de nuestra muerte moral, nuestro premio Nobel añade que ello máxime cuando «por olvido o comodidad callan nuestros favorecidos, a quienes, contra viento y marea, hicimos peligrosa justicia». Todo ello recuerda la famosa frase de La Rochefoucauld de que mientras se está en situación de hacer favores se encuentran pocos ingratos. Cajal razona que todos los que ambicionan puestos eminentes luego no pueden lamentarse de padecer adversarios, comparando tal situación al cazador de tigres que se sorprendiera de recibir, de vez en cuando, un zarpazo. «¿No les tiras, y, además, no son fieras?». Concluye razonando que «cada pieza cobrada representa para los demás una esperanza desvanecida». En parecido sentido, Jacinto Benavente advertía que poco bueno habrá hecho en su vida el que no conozca de ingratitudes. Ya se sabe, con Píndaro, que mejor es causar envidia que compasión. En este capítulo de referencias a la ingratitud, el sabio aragonés menciona también a que quien no tiene enemigos es que jamás dijo la verdad ni realizó un acto de justicia, lo que, en conocido proverbio oriental, se resume que cuando un árbol sobresale del bosque, le soplan los vientos de todos los lados. Este año en que se celebra el centenario de la concesión del Premio Nobel de Medicina es una buena ocasión para compartir con nuestros lectores estas atinadas reflexiones de don Santiago, quien confesaba que, en su biblioteca personal, encontraba antídotos contra la desesperanza, el dolor, la tristeza, la ingratitud y el tedio.