Hijo y nieto de gobernantes y primer ministro de la India entre 1984 y 1989, Rajiv Gandhi optaba a la reelección cuando fue asesinado durante un mitin en mayo de 1991. Su muerte supuso el final de una de las dinastías políticas más importantes del siglo XX.
21 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.Hay ocasiones en las que un apellido, por más ilustre que sea, se convierte en una condena. Este fue el caso de Rajivaratna Gandhi Zindabad, hijo y nieto de gobernantes y último exponente de una dinastía que ha marcado la vida política en la India desde la independencia del país, en 1947. Su abuelo, Jawaharlal Nehru, fue el primer jefe de gobierno posterior a la etapa colonial, y su madre, Indira, un símbolo que ascendió a la categoría de mito después de su asesinato, en 1984. Por si fuera poco, Rajiv compartía el apellido, aunque no les unía ningún parentesco, con el Mahatma Gandhi, el precursor de la independencia india con su discurso de la no violencia. Todo parecía confluir para que Rajiv se convirtiera en el sucesor y perpetuara en el poder el apellido Gandhi. Sin embargo, nada en el carácter del joven heredero lo predisponía para su destino. Dulce y cariñoso, pero poco dotado para tomar decisiones, Rajiv se educó en los mejores colegios británicos, pero sin conseguir acabar ninguna carrera. Al final, optó por convertirse en piloto de líneas aéreas comerciales, aunque el asesinato de su madre a manos de sus propios guardaespaldas lo obligó a sacrificar su vida privada y a asumir su papel como el líder providencial que debía guiar al pueblo indio a la cabeza del Partido del Congreso, fundado por Nehru. El papel, obviamente, le vino grande a Rajiv. Ganó las elecciones a sus cuarenta años por la fuerza de su apellido y gobernó durante un lustro a base de sonrisas y buenas intenciones, pero sin ser capaz de reconducir la situación económica de sus compatriotas ni de solventar los problemas de convivencia en un país con 800 millones de habitantes y decenas de religiones. Su ingenuidad lo convirtió en presa fácil de las maniobras conspiratorias dentro de su partido y de los funcionarios corruptos, al frente de los resortes del Estado en las cuatro décadas anteriores. El propio Rajiv no fue ajeno a las sospechas de corrupción, y su imagen se deterioró de forma notable durante sus años de gobierno. Su sentencia la firmó al intentar mediar en el conflicto que enfrentaba al Gobierno de Sri Lanka y al Ejército de los Tigres Tamiles; las tropas de pacificación indias se enfrentaron a los guerrilleros tamiles con el resultado de más de un centenar de soldados muertos, lo que motivó la caída del Gobierno de Rajiv. Sin embargo, la fuerza del Partido del Congreso y del apellido Gandhi era tan grande en la India que Rajiv partía como claro favorito en las elecciones de 1991, en las que la única duda parecía ser si obtendría o no la mayoría absoluta. Con estas perspectivas se presentó en un mitin en la localidad de Sriperumpudur, donde le aguardaba una multitud de más de 10.000 personas. Nada más descender del coche con el que se dirigió a la tribuna de oradores, y mientras saludaba y sonreía a su público, una bomba oculta en un ramo de flores estalló, segando la vida del candidato y de otras doce personas. Aunque nadie reivindicó el atentado, más tarde se supo que había sido cometido por un miembro de la guerrilla tamil, que trataba de vengar así la intervención india en Sri Lanka. De esta forma se cumplió el trágico destino de Rajiv Gandhi, víctima de la intolerancia extremista, igual que antes lo habían sido su madre o el propio Mahatma Gandhi, asesinado en 1948. Con él moría una dinastía y también una forma de hacer política en la India en la que el apellido valía tanto como las ideas.