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«Las lanzas» o la rendición de Breda

ALFONSO DE LA VEGA

OPINIÓN

Diez meses de asedio costó a las tropas de Felipe IV la rendición de la plaza fuerte de Breda en 1625. Un decenio más tarde, el genial Velázquez llevó al lienzo el instante en el que Justino de Nassau entregaba las llaves de la ciudad al comandante de los Tercios de Flandes.

04 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

El 5 de junio de 1625 el general Ambrosio de Spínola, siguiendo instrucciones directas de Felipe IV, según refiere el marqués de Lozoya, o bien por propia iniciativa estratégica para compensar la pérdida de Brabante a manos del ahora vencido defensor de la plaza, Justino de Nassau, según la opinión de José Camón Aznar, culmina con éxito el sitio de la ciudad holandesa de Breda, considerada en la época un baluarte casi inexpugnable. Si entonces la peripecia bélica fue seguida con gran interés por todos los reyes y militares europeos tanto por razones estratégicas como de la propia táctica militar empleada, probablemente ahora no sería sino un hito más en la letra pequeña de la agitada historia del dominio español de los Países Bajos. Pero ahí estaba la genialidad del gran Velázquez, puesta al servicio de España y del arte universal. Se dice que la inspiración le vino de una comedia de Calderón. Mas si basta un solo cuadro para demostrar la orgullosa reivindicación de Antonio Palomino y Velasco de la pintura como arte liberal y no como mero oficio servil, es decir, como actividad noble, propia de caballeros, hombres dignos y libres, Las lanzas puede ser uno de ellos. Si nuestro gran Cervantes había expresado las principales notas del ideal caballeresco en su famoso Discurso de las Armas y de las Letras o en la casa del caballero de verde gabán, la magna obra velazqueña constituye una prueba definitiva de la permanencia de buena parte de dicho comportamiento de caballeros en el ámbito militar. Así, la serenidad ante las vicisitudes de la vida, la asunción de que quien hoy vence puede ser vencido mañana, pero que el honor y la dignidad nunca pueden perderse, y deben valorarse y reconocerse mutuamente entre quienes los poseen. Siguiendo el código ético universal del Antiguo Orden de Caballería, Ambrosio de Spínola avanza hacia su opositor derrotado, e impidiendo que se humille ante él, le tiende los brazos en reconocimiento de su esfuerzo y dignidad. Ha vencido el caballero Spínola, pero con él y con sus virtudes, también el ideal caballeresco. Como nos explicaría don Quijote, en verdad, y como todo buen caballero en su lucha interior por dominar las pasiones, Spínola ha sido vencedor de sí mismo. Mas en este caso, con este hermoso gesto de su general que representa el ideal de su civilización, España ha vencido también en lo moral. Y una vez más ha puesto el arte al servicio de los valores más nobles de la humanidad. Algo de lo que todos los españoles debemos sentirnos orgullosos. Velázquez fue iniciado caballero del Orden militar de Caballería de Santiago, pero ya lo había sido en el orden moral por su conciencia, y había alcanzado la maestría técnica cuando pintó el cuadro para el Casón del Buen Retiro madrileño. Las lanzas es un prodigio de maestría técnica. Dejemos a eruditos y pitagóricos averiguar si la arquitectura de la composición, en aspa, presenta o no el número de oro, la invariante estética occidental por antonomasia, pero no podemos menos de comentar la perspectiva, el uso del paisaje, y la sabia composición de las masas para resaltar la caracterización psicológica de los personajes principales, que, como en otra obra sublime, El entierro del señor de Orgaz, se suelen identificar con personajes conocidos del momento. Frente al dramatismo que suele enfatizar el barroco, la elegante serenidad, el estoicismo, tan español, nos recuerda que las grandes batallas suceden y se ganan, o quizás se pierden, en la propia conciencia. Y que es la voluntad quien mueve las lanzas.