LA VICTORIA del socialdemócrata Alan García, líder del histórico APRA, sobre el populista Ollanta Humala, de Unión por el Perú, está siendo interpretada como lo que realmente es: el triunfo del mal menor, en unas elecciones en las que se confrontaban dos opciones arriesgadas e impredecibles. Sobre Alan García pesaba el lastre de su calamitosa gestión en su anterior etapa como presidente (1985-90). Sobre Humala pesaba su condición de ex golpista y su reconocida disposición a figurar en la línea de combate abierta por el trío Castro-Chávez-Evo, algo que, si lo favorecía por un lado, lo perjudicaba gravemente por otro, sobre todo cuando el presidente venezolano hablaba de la victoria en Perú como si fuese de un triunfo suyo. La derecha, huérfana de representante en esta segunda ronda, lo vio claro y votó -con las narices tapadas- por Alan García, un hombre de izquierdas que, ya vencedor, ha reiterado que reconoce los errores de su anterior etapa, ha hecho acto de contrición y se ha comprometido a no tropezar en las mismas piedras. Un programa suficiente para derrotar a un Ollanta Humala que no ha dejado de escalar puestos en las encuestas, hasta el punto de que ya casi nadie descartaba que pudiese dar la sorpresa. No la hubo, y esto es bueno para Iberoamérica, y muy especialmente para los liderazgos que representan Brasil, Chile y Argentina. Porque con los experimentos populistas de Venezuela y Bolivia, apadrinados espiritual e ideológicamente por Fidel Castro, América tiene suficiente de momento. Decía el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique que «Perú no existe». Lo decía en el sentido de que, cuando regresó a su país para quedarse -después de varios años en Europa- no encontró una sociedad articulada capaz de vibrar como una entidad nacional con proyecto propio. Y este era el problema y el riesgo: que esa sociedad sin rumbo se encaminase por el sendero del populismo rampante de Humala. Pero que no se engañe Alan García. Ha ganado las elecciones y ahora tiene que ganar los corazones de los peruanos. De lo contrario, Humala cabalgará de nuevo, como cabalgó Evo en Bolivia. Alan García está condenado a elegir entre ser el «bien mayor» o no ser nada.