HACE poco más de medio siglo la bautizada tecnocracia dio en bendecir los planes de desarrollo, en realidad convergentes con el turismo caído del cielo a pleno sol de la España different. Pero las ruinas de los arrasadores sesenta y setenta se derribaron, y hasta se prolongaron a los ochenta. Aquello que se justificaba cínicamente con la ley no promulgada del movimento continuo del dinero. Lo peor, pues, no son las prácticas de juzgado al estilo del Chicago en blanco y negro. Mucho peor es el guiño tolerante de una ciudadanía demasiado amplia que vive medianamente satisfecha en el país donde atan los perros con hipotecas. ¿Para qué hablar, en este baldío urbanita, legal o ilegal? Ahora que al parecer un 50% de los españolitos salen allende las fronteras, ¿no se les cae la cara de vergüenza? Mientras la tradición y la innovación se conjugan con éxito, o cierto decoro, Europa adelante, la piel del toro ese se ha congelado, lista para el consumo sin caducidad, con mataduras y todo. Y entre las híbridas autonomías, Galicia, albricias, está en cabeza del envidiable paisaje natural enterrado bajo el cemento letal. Como suele decirme una hija mía, ocupada y preocupada por esta lucha contra corriente, si España es lo mejor, que se chinchen, Galicia es lo peor de lo peor. Crimen de leso patricidio.