EL CONOCIMIENTO de la realidad social es indispensable para un buen gobierno. En tiempos antiguos los poderosos acudían a augures para que detectaran el sesgo de los acontecimientos. Hoy se acude a sociólogos que no necesitan indagar en tripas de animales. Bastan encuestas y sondeos. Con motivo de la reciente visita del Papa Benedicto XVI a Valencia ha vuelto a publicarse una encuesta realizada hace un año por el Centro de Investigaciones Sociológicas, según la cual el 79% de los españoles se declaraba católico. Otros porcentajes reflejan que la práctica no concuerda con esa manifestación. Es lógico que desde dentro de la Iglesia se procure reducir la distancia entre lo que se manifiesta creer y lo que se practica. Que la convicción de la fe influya positivamente en la conducta que como hombres y mujeres han de desarrollar en la sociedad de la que forman parte, con plenitud de derechos y deberes. Más aún, que se traduzca la vivencia cristiana como un ideal de vida humano que pueda ser admirado. Las palabras de Benedicto XVI, pronunciadas con hondura intelectual y respeto a la libertad, han expresado lo que significa para el catolicismo el matrimonio y la familia y, a la vez, lo que esa doctrina tiene de positivo para cualquier sociedad. El mensaje de fidelidad en el amor, de transmisión en esa atmósfera de valores de padres a hijos, del papel de los abuelos en una auténtica unidad, constituye un paradigma conforme con lo que es común en lo natural y, por lo que toca al orden civil, acorde con el texto constitucional. Los testimonios vividos de esa propuesta constituirán el más eficaz argumento, no necesitado de confrontación. Su número, una razón a tener en cuenta por los gobernantes. La mayoría sociológica de católicos en España puede medirse por el rasero de las estadísticas de quienes habitualmente acuden a las iglesias, convirtiéndola en una minoría. No está libre de error. Quizá valga para nuestro país lo que el escritor mexicano Carlos Fuentes decía para el suyo, oficialmente laico: las creencias están presentes al comienzo y al final de la vida, aunque se produzca una desconexión formal a lo largo de ella. Por eso, no ha dejado de causar sorpresa que el presidente del Gobierno no haya estado presente en la misa celebrada por el Papa en Valencia. Sobre todo, cuando se reconoce que las relaciones con la Santa Sede son manifiestamente mejorables. No había una excusa fácil de agenda y se hizo inviable que despidiera a Benedicto XVI junto a los Reyes que, en un gesto de alto valor humano, había acudido con toda su familia a saludarlo. La decisión habrá agradado sin duda a una parte del electorado, a costa de molestar a otra sin necesidad. Suelo decir que lo que no es necesario es un error. Desde una perspectiva que no sea intolerante pueden entenderse los compromisos que condicionan la actividad de quienes tienen representación pública. España no es la República laica que declara el primer artículo de la Constitución de Francia. En la nuestra se dice que los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española, con una referencia explícita a la cooperación con la Iglesia católica. Así se comprende que el presidente de la Xunta sea comisario regio para hacer la ofrenda al Apóstol Santiago el día nacional de Galicia o de la Patria galega. Cosas de la historia que han ido conformando la realidad social.