Semitas y antisemitas: simple semántica

| YASHMINA SHAWKI |

OPINIÓN

26 jul 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

QUE LA mayoría de los políticos de nuestro país, no tienen la «altura» que nos gustaría, sean del partido que sean, es una realidad que asumimos sin renunciar a nuestro derecho a la crítica y a la discrepancia. Por ello, si el presidente Zapatero ha cometido el terrible error de dejarse fotografiar con una kefiah árabe, y no hacerlo acto seguido o inmediatamente antes, con una kupah judía, parece adecuado recriminarle su falta de tacto y habilidad diplomática -por otra parte habitual en una persona impulsiva- pero no acusarlo de antisemita. Sobre todo porque aquéllos que se atreven a hacerlo lo hacen de forma interesada, simplista, manipulando el significado real de las palabras y de los gestos, sabiendo que, además, trasciende a la opinión pública. Los gestos y las palabras pueden tener uno o varios significados, según quién y cómo se manifiesten. Y a veces los significados se contradicen. Así, a muchos no puede dejar de extrañarnos -y parecernos inapropiado- que si el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, por una parte, define el vocablo semita en su primera acepción «según la tradición bíblica, descendiente de Sem», y en su segunda acepción «se dice de los árabes, hebreos y otros pueblos», diga que antisemita es «enemigo de la raza hebrea, de su cultura o de su influencia». Y nos extraña porque si tanto los árabes como los hebreos son semitas, antisemitas deberían ser tanto los enemigos de los árabes como de los hebreos. Más aún, según el Diccionario de la RAE, se puede ser antisemita pero no antijudío ni antiárabe. ¿Un lapsus semántico, político o histórico? Árabes y judíos, hebreos y palestinos, llevan desde 1948 sumidos en una guerra por la propiedad y posesión de una tierra que histórica y paradójicamente les pertenece a ambos por igual. Y es que tan descendientes de Sem son los unos como los otros, según los textos sagrados: los judíos, de Isaac, hijo de Abraham y su mujer Sara; y los árabes, de Ismael, hijo de Abraham y la esclava Agar. El condenar las actuaciones de unos y otros cuando están mal, el apoyarlos cuando nos parecen bien, no hace que seamos antiárabes ni antijudíos, sino, simplemente, conocedores de la historia, conscientes de los hechos y testigos de la realidad. Y ello, al margen de todo tipo de pañuelos.