La Gallaecia

| FEDERICO FERNÁNDEZ DE BUJÁN |

OPINIÓN

18 dic 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

EL SUGERENTE artículo de Ernesto S. Pombo Que vuelvan los romanos , ha excitado mi romanidad y pretendo compartirla con los lectores. Tengo escrito que la grandeza de Roma no es la conquista militar que provoca que su imperio alcance la práctica totalidad del mundo conocido. Su grandeza, que la convierte en singular en la historia de la humanidad, es su romanización, que equivale a civilización. Así, los pueblos que estaban más allá de sus fronteras son bárbaros, que significa extranjeros, pero que pronto se utiliza para referirse a quien no está civilizado. La romanización gallega se inserta de forma indeleble en el proceso de civilización peninsular. Roma penetra en Ibérica, así denominada por el Iber (el Ebro), en el año 218 a. de C. con las legiones de los Escipiones para derrotar a Aníbal. Hasta Julio César se delimitan dos provincias: la Citerior y la Ulterior. Octavio Augusto divide la Citerior en la Tarraconense y la Cartaginense y la Ulterior en la Lusitania y la Bética, así llamada por el Betis (actual Guadalquivir). En el siglo III, surge la Gallaecia segregada de la Tarraconense; aparece la Mauritania, que comprende el norte africano marroquí, y se incorpora la Baleárica. En tiempos de Diocleciano, en una Hispania pacificada y romanizada se mantiene sólo la Legio Séptima Gémina, asentada en León, ciudad a la que da nombre. Es con Roma cuando nuestra tierra disfruta de su mayor extensión, pues a la actual territorialidad se le añade Asturias y una parte de Cantabria, Castilla y León y el norte de Portugal. Así se comprende que el emperador Teodosio el Grande, nacido en Coca (Segovia), encuentre lugar en la colección de Sargadelos de gallegos ilustres. Entre sus municipios destacan: Lucus Augusti (Lugo), Astúrica Augusta (Astorga), Bracara (Braga); Tude (Tui), Brigantium (Betanzos) y Auriense (Ourense). La romanización gallega implica prosperidad material y progreso cultural. Parafraseando a Manuel Machado, podría afirmarse: «Romana y celta, Galicia callada». Y así los gallegos somos, afortunadamente, también romanos.