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03 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

HASTA hace bien poco tiempo las policías investigaban los delitos a través fundamentalmente de dos métodos: el de la presión física y/o psicológica y el del conocimiento proveniente de confidentes censados o infiltrados en los ámbitos delictuales. Hoy las cosas han cambiado de forma radical. El advenimiento del sistema democrático ha hecho evolucionar a las fuerzas de seguridad, que se conforman como un aspecto esencial de la sociedad, especialmente valorada por los ciudadanos, sin perjuicio de responder por los posibles excesos en la investigación con independencia del éxito de ésta. A ello se debe añadir el hecho de que el investigado viene amparado por sus derechos constitucionales, que no pierde ni aun en el caso de ser, o poder ser, culpable (derecho a no confesarse autor del delito, a su integridad, a la asistencia de abogado...). Por otra parte, los confidentes, normalmente asentados en la marginalidad, sin perjuicio de su existencia y valor puntual, no suelen mantener sus afirmaciones cuando tienen que sacarlas del anonimato. Dicho de otra forma, los confidentes suelen ser útiles para poner a las policías en la línea investigadora, pero desaparecen o dudan cuando hay que confrontarlos en los espacios caracterizados por la publicidad (momento del juicio). Pero las cosas han cambiado, y para bien. El estado de la ciencia permite a los investigadores trabajar con métodos científicos, como muy bien saben los seguidores de la serie televisiva C.S.I. de los forenses de Miami o Las Vegas. Las pruebas de ADN son incontestables. La existencia de un pelo, una mancha de sangre aun lavada o un resto celular, destruyen las coartadas mejor ideadas. Por eso lo habrá tenido difícil el guarda forestal detenido en Fago. Es probable que, si negó que se hubiera introducido en el coche del asesinado Miguel Grima, como no podía haber sido de otra forma dada su virulenta relación, y después se comprobó la existencia de restos celulares suyos en el vehículo, pocas cosas quedaban ya por demostrar respecto a la autoría de los hechos. Parece ser que además, según ha trascendido, derrumbado, declaró ser el asesino, con lo cual se cierra el círculo. Desde el punto de vista judicial, la confesión ya no hubiera sido necesaria. Una prueba de ADN de las características de la existente en este caso viene siendo para los tribunales suficiente y bastante para dar lugar a una sentencia condenatoria. Hemos pasado de Sherlock Holmes con su lupa a investigadores científicos encerrados en sus laboratorios. Se le ha puesto bastante más difícil a los criminales y a los crímenes sin respuesta.