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La clase de Religión y «Apocalypto»

| GUILLERMO JUAN MORADO |

OPINIÓN

22 feb 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

NO SÉ si Mel Gibson se ha inspirado en algo o en alguien para filmar la angustiosa persecución de la que es objeto Garra de Jaguar en Apocalypto. La persecución me parece, con diferencia, lo mejor de la película. A punto de ser inmolado en sacrificio por los sacerdotes mayas, Garra de Jaguar consigue retornar a su poblado, venciendo las más insidiosas amenazas y saliendo victorioso de la implacable voluntad de venganza del cazador Lobo Cero. Puestos a buscar un motivo que ayudase a despertar la imaginación de Gibson, podríamos pensar, quizá exagerando, en la situación de la enseñanza de la Religión en la escuela. Ley tras ley, decreto tras decreto, la asignatura de Religión ha sido puesta contra las cuerdas. Apenas sin relieve académico, y sin alternativa docente, la sufrida materia se ha visto relegada a los márgenes del sistema. Estaba anunciado: «Más Gimnasia y menos Religión». Ninguna sorpresa, por consiguiente. Lo que sí maravilla, teniendo en cuenta las circunstancias, es que un setenta y siete por ciento del alumnado opten por la enseñanza de la Religión. Los datos no son míos, sino de la Conferencia Episcopal Española. Es decir, más de cinco millones de estudiantes en nuestro país, en la escuela pública y en la privada, han elegido cursar la asignatura de Religión. Con los inconvenientes que esa elección comporta; entre ellos, la batalla por matricularse y la toma de decisión, nada fácil a esas edades, de ir a clase en vez de dedicarse a actividades lúdicas o a repasar otras materias. ¿Quién iría a clase de Matemáticas o de Inglés si, en lugar de resolver ecuaciones o calcular raíces cuadradas, o aprender los verbos, pudiese jugar con la vídeo consola? Me temo que pocos, muy pocos. Sin embargo, en condiciones muy adversas, son muchos los que, en vez de hacer nada o casi nada, prefieren asistir a la clase de Religión. La ideología puede llegar a ser una venda que envuelva los ojos; una tupida gasa que impida ver. Puede convertirse en una telaraña que nubla la mirada con una obstinación mayor que la característica tozudez que el sentir común atribuye a los hechos y a la realidad. Sólo haría falta querer; o sea, una cierta dosis de buena voluntad, para que la Religión en la escuela, sin grandes dificultades, se pudiese regular, sin discriminar a nadie, en armonía con lo que mayoritariamente demanda la sociedad, con lo que exige una verdadera educación integral, y hasta con lo que estipula nuestra Constitución.