SU PARCELA es pequeña y aparece gastada por repeticiones de movimientos constantes. Ancladas a la acera miran con ojos anhelantes y temerosos, contradictorios y tristes, deseando que venga, temiendo al que venga. Se pasean casi desnudas, apretadas en barriadas, parques, carreteras o burdeles, espacios en los que están sometidas a la esclavitud mas antigua del mundo. Son las prostitutas, cada día unas pocas más, unas 400.000 mujeres en España de las cuales un 85% son inmigrantes, carne barata compitiendo entre ellas mismas y ofreciendo lo más apetecible al ansia masculina. ¿Voluntariamente? Muy pocas dicen que fueron forzadas a ejercer el tráfico, pero es posible que ninguna de las miles de mujeres prostituidas se levantase un día y dijera «quiero ser prostituta». La realidad es que a unas las han obligado y otras lo han ido haciendo poco a poco, para remediar desaguisados que en definitiva no son capaces de arreglar. Detrás de cada una de ellas hay un drama social, familiar, económico. Unas, adictas a la droga, se han enroscado en la noria necesidad de consumir-necesidad de prostituirse. Muchas, la mayoría, carentes de todo para sobrevivir, escapan de la miseria de sus países. Muy pocas, no llegan al 2%, representan la justificación para sostener su libertad de opción, son las que se denominan vulgarmente de alto standing . Una mujer prostituida es una mujer producto, una máquina al servicio de los deseos agónicos de los hombres. No debe por eso extrañar que algunos pretendan que el negocio se legalice, para garantizar la regularización de las prestaciones y para que la tarea se preste en condiciones sociales y éticas aceptables, sin riesgo. Pero las mujeres, la igualdad entre los sexos, la humanidad armoniosa, necesitan todo lo contrario. Necesitan que se modifiquen las condiciones sociales para que esa infinidad de mujeres, vendedoras de sexo, no se vean abocadas a ser torturadas a cambio de dinero; lo necesitan para que no se les saque el unto por la Santa Compaña, el olor por los perfumistas, la sangre por los murciélagos; para que dejen de vender sus entrañas sin rechistar y seguir enajenando su intimidad con el primer baboseante o violento que llegue. Las mujeres prostituidas son mujeres subordinadas, ignoradas, que se desnudan cada día, sin presencia ni existencia, soñando con ser cenicientas. Bondadosamente, de cuando en cuando surgen voces que quieren dar al fenómeno rango de legalidad. Bondadosamente se las quiere así mantener en la esclavitud más antigua del mundo. Pero las mujeres lo que necesitan es vivir sin tener que venderse. No que se legalice la brutalidad masculina.