SEÑALA la Constitución que las penas estarán orientadas hacia la educación y reinserción social, si bien no se exige el que, llegado el día de la puesta en libertad de un condenado, se compruebe si realmente se ha reeducado o reinsertado. Por ello, es obvio que no se realiza ningún examen para comprobar el éxito de una condena. Es más, es bien sabido que hay muchos condenados que al salir de prisión hacen expresa manifestación de estar más convencidos de sus conductas delictivas que al entrar a cumplir. Se sabe también que otros muchos de los puestos en libertad, en un porcentaje significativo, van a volver a la cárcel por hechos similares a los que les llevaron en su día a prisión. El tema es de rabiosa actualidad. Alejandro Martínez ha sido puesto en libertad. Martínez fue condenado en octubre de 1992 a 65 años de prisión, y en ella ha permanecido 16 años de forma continuada, sin disfrutar de ningún permiso. Sus delitos habían sido diez violaciones consumadas y cuatro intentadas, cometidas entre 1989 y 1991. Seguía a las mujeres hasta sus domicilios y allí, en la oscuridad, provisto de una navaja o cuchillo, actuaba. Martínez tiene ahora 41 años y, según los médicos que lo han tratado, los programas psicológicos a los que le han sometido en prisión no le han rehabilitado. Sin embargo, en la aplicación de la ley vigente en el momento de los hechos -el Código Penal de 1973- ha sido puesto en libertad, al tiempo que la Consejería de Justicia de la Generalitat catalana ha puesto sobre aviso a las fuerzas policiales para que lo vigilen al existir riesgo de que reincida. La cuestión es compleja; con los mimbres que tenemos en el ámbito de lo penal, es obligatorio ponerlo en libertad, pues ya ha cumplido su pena, y no se le puede aplicar ningún tipo de medida de seguridad por estar expresamente prohibido. Tampoco es fácil encontrarle solución en el orden civil, pues Martínez, en circunstancias habituales, no requiere internamiento. Anthony Burguess, cuya esposa había sido violada por cuatro soldados estadounidenses en las calles de Londres en 1944, escribió un libro, La naranja mecánica , posteriormente llevado al cine por Stanley Kubrick, en el que aboga por un tratamiento experimental para este tipo de delincuentes, la denominada «técnica de Ludovico», que consiste, dicho llanamente, en trepanarles el cerebro y convertirlos en unos pacíficos ciudadanos. La solución no es la propuesta por Burguess. Pero las autoridades policiales/judiciales no se pueden contentar con cumplir la ley. Hay también que evitar lo que sería inaceptable, que es que Martínez reincida. No se puede dejar que las bombas anden sueltas. Casos como éste deben de servir para abrir un debate sobre la necesidad de cambios legislativos. Es la hora de meditar antes que tener que lamentar.