Imagínense la escena: dos adolescentes en un paseo fluvial, charlando mientras comparten un paquete de pipas y, cuando lo acaban, lo tiran al suelo, pese a disponer de una papelera a cinco metros. Otro día estoy tomando el sol cerca de otros que hacen botellón en una playa recóndita de la Costa da Morte. Al irse, dejan allí todos los restos: botellas, latas, vasos y bolsas de plástico? sin más preocupación. Dado lo remoto del lugar, no hay papeleras ni servicio de recogida, ni nada que se le parezca; así que, si no lo llego a recoger yo, se los habrían llevado el viento y la marea en cuestión de minutos. Estos adolescentes deberían ser los mejor formados de nuestra historia; estoy seguro de que nuestro sistema educativo les ha enseñado que el plástico no es biodegradable y que, por lo tanto, eso que dejan tirado estará contaminando años y años. Puesto que disponen del conocimiento científico, parece que lo que falla es la creación de la actitud cívica correcta. Parte de ese civismo puede construirse en el aula, pero debe ser completado por los padres, los responsables últimos de la educación de sus hijos.