D esconozco cuánta es la inversión realizada en el sistema aeroportuario gallego en los últimos dos lustros. Pero de la visita de sus sedes por junto, deduzco que mucho, y no a nuestro cargo.
Venía de celebrar en Madrid el día de san Quirimón, una vieja costumbre de amigos de viejo, en festividad previa a la Navidad, y el buen servicio de la compañía aérea de bandera española me lo ha permitido. Cierto que, gracias a tan eficiente servicio, tuve que sacrificar uno de mis seis moscosos, pero agradecido le estoy a Iberia por permitirme conocer los avances y la innovación de nuestro aeropuerto con tres sedes.
Llama la atención, en el unitario aeropuerto, el deficiente servicio de transporte público que iguala a las tres sedes, y también el desparrame de servicios de aparcamiento privado del que están dotados, bien que alguno con escasa dotación de cajeros automáticos.
Pero donde se encuentran las ventajas lo ilustra una anomalía bastante cotidiana. Usted tiene previsto desplazarse en un vuelo que despega de Madrid-Barajas a las 7 largas de la mañana. Una hora antes, en llegando a la terminal, ya sabe que tal vuelo tiene un retraso previsto de unas cuatro horas, sin huelga, niebla o mal tiempo que lo justifique. Luego de la espera, amolecido por el madrugón y las secuelas de la celebración del san Quirimón, cuando la previsión se cumple y usted, feliz, se dirige al mostrador, le deniegan el embarque. La compañía aérea, optimizando su cuenta de resultados, ha decidido cambiar la aeronave prevista, y para la que habían despachado billetes en correspondencia con sus asientos, por otra con un número bastante menor de ellos, expulsando así a unos veinte o treinta pasajeros de su derecho al embarque, luego de cinco horas largas de espera en la terminal T4.
Pero como no hay bien que por mal no venga, a todos ellos se les ofrece cambiar, otra hora más tarde, a un vuelo con destino en otra de las sedes del aeropuerto de los gallegos, a escasos 150 kilómetros de la prevista, pero con una indemnización de doscientos cincuenta euros. Que para mejor visibilidad de la proclamada unidad aeroportuaria gallega, no se pagarán en la pista de llegada, sino que -por suerte y amabilidad del personal- podrán ser cobrados en la plataforma de aterrizaje intermedia entre el norte y el sur.
Ante esta realidad, no sorprende que la organización patronal del sur pueda pedir sin empacho a otra compañía aérea que mantenga vuelos sin mercado. Porque si lo piensan, es gracias a tamaños e irreflexivos desatinos por lo que logramos los gallegos ser los más eficientes en nuestra anomalía.