E s posible que el dopaje debiera ser admitido. Lo digo porque hay quien opina que en determinados deportes, entre ellos el ciclismo, la toma de sustancias prohibidas es generalizada en detrimento de los pocos cumplidores.
Es cierto, además, que la distinción entre lo natural y lo artificial, como sostiene el escritor colombiano Héctor Abbad, es difícil de definir. Es más, se ve con buenos ojos el empleo de sustancias químicas para blanquear nuestros dientes u ordenarlos cuando estos se tuercen.
Pero no es momento de filosofar alrededor del dopaje. Lo que hoy nos concierne, al hilo de la sentencia Contador, es opinar sobre lo existente y la aplicación al hasta hoy excelente ciclista de las normas aprobadas y conocidas. Y así la realidad es que el laudo del Tribunal Arbitral del Deporte concluye que el ciclista de Pinto portaba en su organismo una sustancia prohibida denominada clembuterol, lo que destruye su presunción de inocencia y deja en sus manos la explicación de su existencia, siendo así que el corredor formuló una justificación infantil y no creíble.
Es hoy un día malo para el ciclismo en general. A nadie le hace gracia ver cómo se despoja de sus victorias y se suspende de actividad a un corredor tan querido. Pero menos gracia sería haber adoptado una actitud condescendiente o comprensiva .
No estamos juzgando al tribunal, estamos juzgando al corredor. Este es el único culpable de lo ocurrido. Debemos agradecer al tribunal su función y su política de tolerancia cero.
Pero aquí somos diferentes. El entonces presidente Rodríguez Zapatero juzgó en su día «no hay razones para sancionar a Contador», al tiempo que la Federación Española de Ciclismo quiso dar al asunto un trato de favor que hacía sonrojar a cualquiera.
Decíamos que era un día malo para el ciclismo español, pues hoy no sabemos cuánto de los méritos del corredor eran debidos a su valía o cuánto a sustancias exógenas. Es posible que haya muchos ciclistas que se dopen. Es muy posible que solo se descubra en una parte ínfima de ellos, pero entonces el problema no se arregla con indultar a los descubiertos, entonces lo que procede es emplear más rigor y más mecanismos de control. Un deportista no puede ser un farsante y así lo entendimos cuando cayó Landis y benefició a nuestros corredores.
Lo sentimos por Contador como antes por Heras. Pero así, no; el camino es no tomar y si se toma y lo descubren, aguantarlo. La farsa ha de acabar. No es la perfidia de un tribunal la que otra vez nos persigue. Populismos o españolismos, los justos.