Lo mejor de la gala del cine español fue, sin duda, la presencia y el discurso de Silvia Abascal. Ese verbo puedo que subrayó varias veces y que enfatizaba una realidad en la que no solemos caer ni valorar: la salud lo es todo. «Puedo estar de pie», dijo. Algo que nos parece obvio no lo es tanto cuando hace diez meses un ictus cerebral casi la tumba. Era una delicia verla después de todo este tiempo de rehabilitación dando la cara en la alfombra roja y el escenario. La ovación fue de las que quedan. Y el otro momento, aparte del éxito de los gallegos, fue la colección de maldades que soltó Santiago Segura. Él, o los guionistas, estuvieron sembrados. Demostró que es capaz de reírse de su sombra al prestarse al chiste fácil, de decirle a todos los académicos que muchas gracias por no nominar a su película, Torrente, en ninguna de las veintitantas categorías. Le faltó añadir que su filme, esa obra de arte y ensayo, la llamó, fue la que más dinero recaudó el año pasado para la industria nacional. Pero lo más cinematográfico de la noche no sucedió en Madrid. Estaba pasando en Barcelona, olía a césped y obligaba a muchos a cambiar de canal para seguir el espectáculo de estrella que Messi estaba rodando con sus cuatro goles al Valencia. De Goya.