Mis conocimientos de economía son, en el mejor de los supuestos, escasos. Bien es verdad que empiezo a creer que los que se dicen entendidos e incluso profesionales del sector no andan mejor: ni predijeron la crisis, ni la han controlado, ni conocen cuánto va a durar y, lo que es peor, actúan contra ella dando palos de ciego. Permítanme, ante tal falta de acierto, que me sume al carro de las opiniones.
Parece que hay dos posibilidades de actuar, la una gastar y la otra ahorrar; y parece también que la primera de ellas, en su momento, exenta de regulaciones y exagerada en sus metas, es la que nos ha llevado a la crisis. El bálsamo de Fierabrás es la segunda, ahorrar (hoy, recortes). Y ahí estamos volcados .
Si la lógica tiene algo de valor, sírvanos el siguiente ejemplo. Supongamos que tengo un coche viejo que me gustaría sustituir por uno nuevo, pero las entidades financieras no me dan crédito; o estoy en paro; o me han rebajado el sueldo; o tengo algunos ahorros pero me da miedo gastarlos; o hay un ERE revoloteando cercano. Lo cierto es que no me compro el coche. Pero la decisión no es neutral, los trabajadores de Citroën, nuestros vecinos, fabricarán menos y por eso habrá más despidos. Habremos ahorrado, pero si a los empleados de Citroën les va mal, a todos nosotros nos acabará yendo mal. Es el multiplicador keynesiano a la inversa.
Es cierto que en la época de bonanza todos eran días de vino y rosas. Y también es cierto que el desmadre que se produjo y la incapacidad para controlarlo fue en todo o en parte culpable de lo ocurrido. Pero de ahí a pasarnos al otro bando de forma radical, con recortes sistemáticos que en muchos casos no solo aprietan sino ahogan, hay todo un trecho.
Los mensajes que vienen del Banco Mundial, de Davos o de Bruselas, confluyen en que la ortodoxia es el recorte, y el déficit, el enemigo. No puedo estar de acuerdo, ni lo están aquellos a los que se le han venido encima los recortes. Desde el sentido común, la cuestión es que los que podamos gastar, gastemos. El quedarse en casa, contando los ahorros, además de convertirnos en avaros, poco ayuda a reanimar la economía.
Tengo algunos apoyos a mi tesis. El premio Nobel Paul Krugman señala que «... lo más indignante de esta tragedia es que es totalmente innecesaria». Y en ese sentido algunos atisbos de certeza se han producido. En Estados Unidos, el primer país que implantó medidas restrictivas, se produjeron algunos efectos desdeñables: el salario de los dirigentes de las 500 mayores empresas aumentó un 36,5 % mientras que en el mismo período los niños sin hogar aumentaron en 1.600.000. Y en España las desgracias crecen descontroladas. Sin demagogia, serán casualidades, pero no estaría de más que algún experimento se hiciera con gaseosa.