Cuando el presidente Rajoy anunció que en este año 2012 no cabía esperar resultados positivos en términos de creación de empleo o de crecimiento de la economía, pudo defraudar ciertas expectativas de sus votantes recién llegados del PSOE (1,4 millones), y quizá otras de una parte de su electorado más fiel (8,7 millones), pero sin grandes costes electorales. En este márketing donde todo se está reformando, Rajoy ha sabido situar al ciudadano ante un panorama económico peor de lo que cabía suponer, para comunicarle su intención de cumplir con el compromiso comunitario de déficit público a cualquier precio. Lo que percibe el administrado es que Rajoy será el más fiel guardián de la política económica de la Unión Europea, y que su gestión se diferenciará de la de Zapatero en que él sí responderá a las expectativas de nuestros socios, especialmente las que simbolizan Merkel y Sarkozy. Para la gente de a pie, la política económica de nuestros días se decide fuera de España y se resume en una: dame más y toma menos. Eso hizo Zapatero y eso es lo que hará Rajoy. Pero este enfoque de la única política posible es insostenible a medio plazo.
En primer lugar, porque la política económica de Bruselas no es percibida como tal, sino como una sucesión desordenada de medidas defensivas de una de las regiones económicas más ricas del planeta, la zona euro, agobiada por las exigencias de sus acreedores. Y aparentemente, estas medidas desordenadas parecen fáciles de asumir por las potencias continentales, como Alemania o Francia, y prácticamente imposibles por otros países como Grecia y probablemente España. El ciudadano ha interiorizado una sensación de crisis permanente del invento económico europeo que comparte, y observa con preocupación creciente la situación a la que se ha llegado en Grecia, y con recelo, también creciente, el bienestar consolidado en otros países como Alemania o Francia. Subyace una cierta sensación de que esta política de la UE no es justa en términos continentales, y que, como diríamos de puertas adentro, la crisis la pagan los de siempre. Por lo tanto, la valoración de la gestión de Rajoy depende por completo de la aceptación social de unas directrices que pueden terminar siendo percibidas como extranjeras, injustas e inasumibles por parte de la mayoría social española.
En segundo lugar, porque las encuestas del CIS sitúan a los políticos y la corrupción política como uno de los problemas más graves de España. Al político se le supone el interés partidista, la arbitrariedad y el privilegio, cuando no el nepotismo, la corrupción y el enriquecimiento personal. El sistema de representación está en crisis, y seguir jugando a las casitas atribuyendo al PSOE lo que es del ciudadano, constituye un desafío innecesario y ningún aprecio por el administrado. La primavera valenciana, contenido estrella en la Red, trend topic mundial en los últimos días, no quiere saber nada de Jorge Alarte ni de Leire Pajín, por decirlo claro. Rajoy no ha entendido nada de lo que está pasando.