U n relativo control del gasto en medicamentos ha sido la consecuencia de sucesivas reducciones en el coste da cada receta, a través, entre otras, de iniciativas como el desplazamiento al consumo de genéricos y la fijación de precios de referencia. Sin embargo, esto se ha visto contrarrestado por el incremento en su número.
Sabemos de sobra que se prescribe más de lo necesario. Entre un 5 y un 10 por ciento de medicamentos facturados (prácticamente en su totalidad pagados con dinero público), con frecuencia envases sin utilizar, aparecen en los puntos de recogida de medicinas caducadas. Es probablemente la punta del iceberg. Aunque preocupa el problema de la escasa adherencia al tratamiento, esta no es la única causa. Hay una parte de prescripción innecesaria que tiene que ver con dos circunstancias: primera, la enorme frecuentación de las consultas, resultado de promover la accesibilidad a una sociedad ya de por sí muy medicalizada. Segunda, la imposibilidad de los médicos de modular la presión asistencial de otra manera que no sea la prescripción.
Los servicios de salud de otros países con una población asignada similar -y no mejores indicadores de salud- atienden muchas menos consultas, luego tenemos un problema de fuerte demanda asociado con mala gestión de la misma. A corto plazo no cabe más que revisar el poco equitativo y desequilibrado sistema actual de copago de medicamentos por otro más efectivo y justo, de cara a moderar las visitas para obtener recetas. Y poner en marcha, urgentemente, programas que permitan una atención más racional del paciente crónico. A medio plazo, utilizar las tecnologías de la comunicación para limitar la presencia física en las consultas cuando ello sea posible, que, como los médicos saben, lo es con mucha frecuencia.
Ahora que cunde la retórica sobre la sanidad, conviene señalar que pocas cosas hay más absurdas que dedicar recursos públicos a prestaciones apenas necesarias mientras se recorta, sin que parezca importar mucho, en prevención. O nada más injusto que dedicar escasa atención a pacientes que lo necesitan porque hay que repartir el tiempo con quien acude, simplemente, porque cree que no cuesta nada.