Siempre me han dado confianza los gobernantes firmes y con principios. Sobre todo si la firmeza obliga a medidas desagradables, y los principios son neoliberales. Comprendo que mi afición debe de ser excepción, o al menos posición minoritaria en la sociedad española, pues si tal no fuera difícilmente se entiende que los actuales gobernantes -Rajoy, De Guindos, De Cospedal, Montoro- se hayan mostrado tan remisos a explicarnos sus principios y medidas de gobierno.
Comprendo que ese ocultamiento, media verdad o engañifa fue por nuestro bien, pues si no fueran tantos los españoles que no comprenden que tales medidas les benefician, no hubiera razón para el ocultamiento electoral. Y un bien superior quedaría abortado por un resultado electoral.
Cuesta trabajo entender cómo ante tanta reforma desagradable y dolorosa, y que a ellos mismos repugna, nuestros gobernantes no han cejado en su empeño ni han dado un paso atrás para la negociación. Firmes convicciones sostenidas en el báculo alemán y en la incomprensión de los mercados financieros, sedientos de nuevos sacrificios, a los que este Gobierno está dispuesto a someternos. Ajustes y diseños thatcherianos, que cuando sucedían en el Reino Unido hace veinte años nos parecían un mal sueño, y que hoy nos administran en dosis de viernes con la excusa de la crisis y la alegría neoliberal de completar un programa oculto y aplazado:
No son solo los impuestos directos ni los indirectos, ni las tasas educativas, los peajes en las autovías o el copago sanitario, ni las rebajas salariales de los empleados públicos, ni la precariedad de los profesores, ni la reforma laboral, ni la privatización hospitalaria, a la que seguirá la de cárceles y colegios y de las propias universidades. Es también la privatización -liberalización, le llaman- de los servicios públicos, sean estos ferrocarriles o aeropuertos. El Estado mínimo, el doble pago para cualquier servicio
Todo un programa de gobierno, apoyado en una sólida mayoría parlamentaria y adecuadamente formulado por los ministros -De Guindos y Montoro- emblemáticos: «Hay que aprovechar que las cosas están apretadas para hacer reformas. Conviene reducir el déficit deprisa. No solo para dar confianza a los mercados, sino para que las Administraciones públicas no se lleven el crédito que existe. Por eso hay urgencia».
Es decir, el dinero público, el de nuestros impuestos, lo necesitan para remendar aquellos bancos, tan sólidos ellos, tan saneados, tan resistentes, que nunca hicieron mal negocio. Si los ciudadanos necesitan sanidad, educación, transporte público, autovías, asistencia social, cómprenlas. El mercado les espera. Cada viernes más poderoso.