No les voy a hablar de accidentes de caza, ni de cacerías africanas. Todo lo contrario. Hace unos días conocíamos la reunión de don Juan Carlos, a iniciativa de la propia Casa del Rey, con el Consejo Empresarial de la Competitividad, que integra a los principales presidentes y directivos de las diecisiete mayores empresas y entidades financieras. Nuestro más florido lobby empresarial: Santander, BBVA, Telefónica, La Caixa, Iberdrola, Inditex, Planeta, El Corte Inglés? Allí estaban Emilio Botín, Francisco González, César Alierta, Isidro Fainé, Ignacio Galán, Pedro Isla, José Manuel Lara, Isidoro Álvarez? La ausencia más llamativa, pero comprensible, fue la de Antonio Brufau, justificada por su presencia en Argentina días antes de la nacionalización de la firma. Una preocupación que no es nueva, pues don Juan Carlos ya había tenido ocasión de manifestarla hace unas semanas en una comprometida alocución en La Caixa: «El desempleo juvenil me quita el sueño».
La solicitud del monarca fue clara: el apoyo para salir de la severísima crisis económica y de la inasumible situación de desempleo. «Os pido que arriméis el hombro -apuntó sin tapujos el rey-para crear empleo, porque la situación es muy seria». Unas corporaciones empresariales nacionales cada día, ¡menos mal!, con mayor presencia internacional, sobre todo en Iberoamérica. Una circunstancia que favorece la creación de riqueza y el incremento de la productividad de nuestro más granado tejido empresarial. Una llamada de atención al Gobierno, la oposición, las asociaciones empresariales y los sindicatos. Una llamada a la unidad de todos, aunque algunos sigan empecinadamente en sus trece: la ausencia de consensuadas políticas de Estado y la convocatoria de huelgas generales.
La situación, y no es para menos, ocupa y preocupa a don Juan Carlos, muy cercano a la ciudadanía, lo que le ha llevado a mantener también últimamente distintos encuentros con las asociaciones empresariales y con los representantes sindicales. Unas reuniones especialmente necesarias en estos momentos de dificultades. Al tiempo que el monarca ha incentivado su bien ganada influencia en el ámbito internacional con sus gestiones ante los Gobiernos argentino, en el caso Repsol, y algunos emiratos árabes, tras la concesión de algunos tramos de los trenes de alta de velocidad en tales tierras.
¿Cuál es el título de don Juan Carlos? Es obvio. Su condición de máxima autoridad política del Estado que le atribuye expresamente, abriendo el Título II de la Constitución, su artículo 56. 1: «El Rey es el Jefe del Estado?.», por más que dichas competencias no estén recogidas expresamente en el pormenorizado contenido del artículo 62 de nuestra Carta Magna de 1978. Es verdad que nuestra monarquía adopta la forma de monarquía parlamentaria, la única compatible con los regímenes constitucionales y los sistemas democráticos; pero no es menos cierto que tal convocatoria me ha recordado, salvando las distancias, las idas y venidas de Carlos I con sus poderosos banqueros: los Fugger. Una historia, como nos recordó el maestro Ramón Carande en su libro Carlos V y sus banqueros, preñada de más desencuentros que de encuentros. Pero en esto, los nuevos tiempos nos sitúan en un contexto diferente: los Fugger han sido sustituidos por la anónima mano de los mercados, mientras el rey de España despliega unas competencias de arbitraje y moderación muy lejanas a las que ejercía ejecutivamente el emperador.
Aun así, en algunos todavía resuenan las palabras de Voltaire: «Si alguna vez ves saltar por la ventana a un banquero suizo, salta detrás. Seguro que hay algo que ganar». Lo dicho: una convocatoria pertinente y aleccionadora.