A l final tuvo razón la diputada popular Andrea Fabra: «¡Que se jodan!». Y nos han jodido a todos. En unos casos, por acción directa de los recortes. En todos, por las previsiones. Hace siete meses vivíamos el sueño de que un simple cambio de Gobierno iba a ser el aliento del país, que volvería a crecer como en los buenos tiempos. Hoy, se suceden los informes negativos. El último, ese del FMI, que aplaza la recuperación hasta el año que viene, si Dios quiere, y nos condena a seguir en recesión todo este 2012. Y ya sabéis lo que significa eso: más paro, menos actividad y, por tanto, más gasto social y menos ingresos fiscales del Estado. Y en ese dramático punto, la condena: si bajan esos ingresos, no se cumplirán los objetivos del déficit. ¿Qué haremos entonces? ¿Tendrá doña Andrea que volver a gritar «que se jodan», porque el señor Rajoy tampoco se sentirá libre y deberá perpetrar un nuevo ajuste?
Tiene narices que ese sea un destino probable. Solo significaría que lo hecho hasta hoy habría resultado inútil. Me gustaría encontrar palabras de aliento para el señor presidente, que ya sabe lo que es temer los abucheos de Zapatero y tuvo que cambiar la fecha de su discurso en el congreso del PP andaluz para evitarlos. Me encantaría encontrar términos de consuelo, ahora que empieza a sentir el frío de la soledad, con unos nacionalistas catalanes que le abandonan; con un PSOE obligado a endurecer su oposición, acosado por la opinión pública; con unos dirigentes autonómicos que se rebelan por el trato injusto que reciben; con unos medios informativos con dificultades éticas para justificar sus medidas; con el abandono de los mercados, reacios a decir sí a los planes de austeridad?
Ese es el nuevo clima político que el Partido Popular debe valorar con alguna inquietud, por no decir alarma: su Gobierno se está quedando sin defensores. La gente reclama dureza en las respuestas. Hoy triunfan los líderes de verbo tronante y descalificador. Cayo Lara, tan demagogo, se ve crecer en las encuestas de intención de voto, como si su partido fuese la solución. Rosa Díez se convierte en referente dialéctico de quienes hace nada la consideraban un puro adorno en el mapa parlamentario. Y la crisis de liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba se explica porque es un hombre de Estado y no quiso jugar a la destrucción en el último debate. La gente no le perdona su tolerancia.
¿No significa algo todo esto para el Partido Popular? Es el rechazo a una política, que se agravará si no hay resultados, y los mercados de las bolsas y la prima de riesgo los están negando.
Dudo mucho que este Gobierno y su obsesión por el recorte, aunque sea necesario, se pueda mantener con el horizonte de un año de recesión.