Da la sensación de que los intelectuales han sido sustituidos por los economistas en el debate público europeo. Es imposible acceder a un medio de comunicación en el que no predomine la querella de las cifras, con casi total ausencia del debate de las ideas. ¿Se han retirado los pensadores de la UE, convencidos de que la cosa pública va solo de números, o los han echado a un lado los capos de la matemática económica?
El panorama intelectual es desolador, porque la idea de la Unión Europea no puede ser tan solo (no lo ha sido nunca) una cuestión de mercados. Por el contrario, han sido los intelectuales los que han argumentado e impulsado un europeísmo superador de fronteras y de nacionalismos. Y esto viene de lejos, con personajes como Richard Coudenhove-Kalergi, el político y editor austríaco que en 1923 publicó un manifiesto titulado Pan-Europa, fundacional del movimiento paneuropeo. Después vino una larga lista de pensadores europeístas de diversos países, en la que no faltan españoles como José Ortega y Gasset y Salvador de Madariaga. Y ya en plena consolidación de la Comunidad Económica Europea, los pesos pesados; entre ellos: Jean Monnet, Jacques Delors, Jean-Paul Sartre, Albert Camus, Jürgen Habermas (y sus colegas de la Escuela de Fráncfort), Alain Touraine, Olivier Mongin, Günter Grass, Daniel Cohn-Bendit (que se autodenominó «patriota europeo»), etcétera. Sin olvidar otras vedetes actuales, sutiles pero menores, como André Glucksman, Alain Finkielkraut o Bernard-Henry Lévy.
¿Por qué se han callado ahora nuestros intelectuales? Hay quien dice que fue tras firmarse el Tratado de Maastricht (1992), un logro integrador que los desorientó o despreocupó, dejándolos sin causa. Pero yo no lo creo. La realidad es que nunca fueron más necesarios que en esta hora de crisis para defender la construcción europea. Es en este momento en el que su silencio clamoroso delata su debilidad y su inconsistencia. Porque la palabra de los economistas, con ser importante, no es suficiente. Falta el pensamiento lúcido de quienes son capaces de fomentar y moldear un horizonte europeo irrenunciable. Es como si, en mala hora, hubieran perdido la fe en sí mismos. Una pena.