Hubo un tiempo en que comprar un piso era, también, un delito fiscal. Todo el mundo lo sabía? y callaba. Los constructores cobraban parte del precio en B mientras los neopropietarios, ufanos, sacaban pecho. Pasamos del «Hacienda somos todos» al «a Hacienda la defraudamos todos». España iba bien. En realidad nunca ha ido mal. El complejo panglossiano que sufrían nuestros sucesivos presidentes se trasladaba, como por ensalmo, a la población. Éramos felices. Construíamos un AVE a Sevilla o una Cidade da Cultura innecesarios, o decíamos que los nuestros eran los bancos más solventes del orbe.
Teníamos también un índice de paro que no tenía ninguna potencia desarrollada. Incluso presumíamos cuando transitábamos el 12 %; por ello asumimos que el Gobierno anuncie un 24,6 % para este año y un 21,8% para el 2015. En EE.?UU. se enervan cuando llegan al 7 %. Y de allí, de EE.?UU., algunos querían importar políticas, hablándonos de la meritocracia: como si no fuese suficiente mérito nacer en Vilariño de Conso, verbigracia, y acabar el bachillerato. A los hijos de los ricos, obviamente, les resulta más fácil llegar a un máster de posgrado en el extranjero. Pero los ultraliberales de Madrid no piensan en ello. Son los mismos que quieren acabar con las autonomías. Y no digo que no acaben con algunas. Pero dejen a las otras en paz, pues ella, la paz, era la que procuraban los padres de la Constitución.
Nadie nos explicó nunca cómo hemos llegado hasta aquí. Nadie, los agujeros bancarios. Nadie, la endemia EPA. Treinta años de locura colectiva y desgobierno: de González a Rajoy. Yo, que soy un escritor de pueblo, no tengo solución para arreglar este país. Imagino que Javier Bardem tampoco. Pero saliendo a la calle piensa, tal vez, que se arreglará todo. Todo lo que entre todos (los poderosos más que los humildes) hemos conseguido. Hablo de los que tienen su domicilio fiscal fuera de España y pasan por «grandes españoles», los muchos Camps y sus muchos «amiguitos del alma», los juristas turistas, los que se van del Parlamento y quieren dar lecciones de democracia, los economistas que no preveían la crisis, los del aeropuerto de Castellón y los del piso en B. Somos cortoplacistas y no planificamos, ni siquiera, el día de mañana. Que España exista es un milagro.