C onfieso mi antimilitarismo. Imagino que influirá en ello el hecho de que a mis veintitantos años un grupo de indocumentados chusqueiros intentaran durante un año hacerme la vida imposible, mientras no estaban dedicados a kafkianas tareas como arrestar indisciplinadas garitas. Nada les producía mayor placer que tener la facultad de humillar y mandar sobre alguien poseedor de conocimientos que fueran un poco más allá de las cuatro reglas. Pero las cosas han cambiado, y el civismo hace muchos años que se adentró en los cuarteles. A pesar de que por las políticas de ahorro de Defensa se han inmovilizado el 50 % de los vehículos de combate, el Ejército patrulla los montes de 32 ayuntamientos gallegos. Misiones de rescate ante desastres naturales e internacionales de paz aparte, no he visto actuación más digna de resaltar por parte de nuestras Fuerzas Armadas. Por operativos como estos es por lo que los militares están bien vistos por la sociedad. ¿Dados los recortes sufridos debido a la crisis, qué otros cometidos estarían en condiciones de llevar a cabo? Desgraciadamente no existen medios ni para repeler una invasión de la Guardia Suiza del Vaticano. Y para heroicidades como la de Perejil hubiese bastado y sobrado con cuatro vigilantes de Prosegur.