En más de una ocasión he arremetido contra los que se dicen adivinos. No adivinan nada y además embaucan a las personas. Si supiesen adivinar el futuro, se acabarían los juegos de azar, porque comprarían el número de la lotería que sabrían iba a ser premiado, o cubrirían la quiniela ganadora. Nada de eso ocurre. Lo más gráfico, es el viejo chiste. Va un señor a un adivino y llama en la puerta: toc, toc ¿Quién es?, pregunta el adivino. ¡Vaya porquería de adivino, que no sabe ni quién llama! Da media vuelta y se va.
Uno de los fantoches de la adivinación fue Rappel. Se hizo famoso a través de la televisión, en la que aparecía con túnicas y collares. Mantiene una página web, en la que dice: puedes consultar dudas sobre tu futuro. En La Voz del pasado día 1 aparecen dos noticias, separadas por 16 páginas, que ponen de manifiesto las dotes adivinatorias de este señor. En «Hace 25 años, 1987», puede leerse: El vidente Rappel le augura poco futuro a la relación entre Boyer e Isabel Preysler: «creo que romperán dentro de poco». Pues bien, en la página 36, 25 años después, aparece una fotografía del matrimonio, en la cual Isabel pasa el brazo por los hombros de su marido y él afirma: «gracias a mi mujer me he salvado». Boyer había sufrido un derrame cerebral en febrero y dice que su esposa no se ha separado de él ni un solo día y que gran parte del mérito de su recuperación es de ella. ¡Menudo adivino!