Ejercicios de doma

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias VALOR Y PRECIO

OPINIÓN

25 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

L o acaba de observar Guillermo de la Dehesa: los mercados de capital se empeñan en llevar las primas de riesgo a límites insoportables para obligar a los gobernantes europeos a adoptar medidas efectivas que salven al euro. Y mientras tanto, algunos de esos gobiernos, los verdaderamente decisivos, con el alemán a la cabeza, utilizan ese nivel de las primas para obligar a países como España e Italia a adoptar más y más reformas, extremando hasta lo casi inverosímil sus políticas de recortes fiscales.

El juego, como suele ocurrir en estas ocasiones, tiene algo de comedia de enredo, pero resulta altamente perverso, pues si todos los jugadores fuerzan sus posiciones lo seguro es que todos perderán. En el fondo de la línea de actuación actual de Berlín, Fráncfort y Bruselas late un prejuicio: que los países más acosados por la crisis de la deuda, que han vivido por encima de sus posibilidades con cargo a los contribuyentes del centro y el norte de Europa, no harán nunca las reformas que necesitan por sí solos, por lo que se les deberá imponer una agenda de medidas urgentes y radicales. Claro que, para ser justos, habrá que admitir que hay dos motivos para dar por bueno tal prejuicio, al menos en el caso español: que los necesarios cambios, como el relativo al mercado de trabajo, no se hicieron cuando debían -es decir, durante la etapa de expansión-, y que este Gobierno ha incurrido en notables retrasos debido a su propio interés político (recuérdese la demora del presupuesto debido a las elecciones andaluzas).

Pero esto último no justifica lo que cada vez se muestra más como un descarnado ejercicio de doma, en el que los mercados, más que actores principales, se convierten en instrumentos de las políticas erradas de ciertos gobiernos. Porque a estas alturas, cuando se constata que el resultado más visible de esa línea de actuación es el regreso de una grave recesión, tres consideraciones de fondo se hacen imprescindibles. La primera es que la historia económica enseña que reformas que no cuentan con apoyos sociales significativos se hacen inconsistentes en el medio plazo; es más, por generar altas dosis de conflicto social, complican más que arreglan los problemas originales. En segundo lugar, absolutamente nada se puede esperar de una estrategia que lo fía todo a los machetazos. Porque es obvio que media eurozona -y no solamente los consabidos Pigs- necesita un plan de reestructuración productiva, en primer lugar todo un programa de reindustrialización, que les permita adaptar su modelo económico a las nuevas condiciones de competencia en los mercados globales. De eso precisamente trataba la Estrategia de Lisboa, considerada como vital hasta hace un par de años, y que desde entonces dormita en cajones burocráticos.

La tercera es cuestión más sencilla: si el euro se hunde, todos perdemos, domadores y domados. Esta sola consideración debería hacer que el juego fuese más equilibrado.