Cuando el rey Juan Carlos estrechó la mano de Artur Mas ya conocía sus intenciones: iniciar un proceso de autodeterminación. Todo lo restante es un instrumento para llegar a ese fin. Las elecciones del 25 de noviembre, por ejemplo, son el punto de partida que debe conducir a la creación de un Estado nuevo que pueda prescindir de España. Mas espera obtener de esas urnas plebiscitarias el respaldo suficiente para su objetivo histórico. De hecho, todo su discurso de ayer ha sido un largo monólogo para reafirmar su nacionalismo y convencer a la ciudadanía de que Cataluña puede enfilar su futuro sin España. Aunque duela, se agradece la claridad.
Esa es, pues, la famosa hoja de ruta. Mas y su partido se lo juegan a una carta: si incrementan su mayoría en las elecciones y si ellos y los demás independentistas suman una clara mayoría de votos, se sentirán legitimados para culminar la ruptura. Estos son sus argumentos: su propia voluntad, la retahíla de agravios que Mas recitó, las culpas de España y de Europa en el malestar ciudadano y unas raíces históricas que los nacionalistas manejan según sus creencias y querencias. Si eso es victimismo, Artur Mas encandila a sus partidarios con el canto a la superioridad catalana: las exportaciones, su moderno modelo productivo, o el liderazgo intelectual y científico. Las bases de una nación de gran porvenir o... las cuentas de la lechera, el tiempo lo dirá.
Quedan, pues, despejadas las incógnitas de los deseos de Convergència Democrática, con el consentimiento de Unió, el partido de Duran i Lleida. Ya no hay dudas sobre la hoja de ruta. ¿Será todo tan fácil como lo intuye el presidente catalán? No, ni mucho menos. Falta por saber cómo se salta el trámite del Congreso para aprobar el dichoso pacto fiscal. Encomendarlo a la población en consulta será democrático, pero ilegal, y obligará al Estado a actuar con la firmeza que anunció Sáenz de Santamaría. Falta por saber la reacción del resto de la sociedad civil, porque Mas solo tiene su gran referencia en la masiva manifestación del pasado día 11. Falta por conocer la capacidad de presión de inversores y empleadores, porque el líder empresarial señor Rosell dijo que la independencia es, literalmente, una barbaridad. Y falta por conocer lo fundamental: si, a la hora de la verdad, el pueblo querrá llevar al poder a quien promueve la autodeterminación.
Tiempos difíciles a la vista. Un desafío en toda regla, visto con perspectiva de Estado y un riesgo de alta dimensión, visto con ojos catalanes. Y lo peor, el momento: cuando más necesitamos unir esfuerzos para salir del carajal económico, hacen estallar la crisis territorial. Ni planificado a propósito podría dibujarse un escenario peor.