Se han superpuesto la protesta de la Generalitat catalana por una resolución de la Junta Electoral Central que prohíbe un vídeo electoral costeado con fondos públicos y meridianamente partidario, con la reaparición de los artistas y otros intelectuales conocidos como los de la ceja, manifestándose a favor de la huelga general. Unos y otros han seguido la senda emprendida en la política, donde rebatir al contrario lleva aparejada con frecuencia la descalificación. Para los catalanes, el alto organismo les impide la práctica democrática porque elimina una pieza promocional independentista, en tanto entre los artistas se ha destacado Javier Bardem al afirmar que al Gobierno del PP le va bien que haya muchos parados para demoler el Estado de bienestar. Dos exageraciones, dos puestas en escena sesgadas de una realidad criticable.
El vocablo fascista puebla los Parlamentos y las tertulias ante cualquier desacuerdo. Y también el tópico: hemos visto a un contertulio sorprendido porque otro de su ámbito ideológico de izquierda hacía un leve elogio de Estados Unidos, como si este fuera un mundo dividido en ángeles custodios y gente rematadamente mala. Infantilismo. Hace pocas semanas un juez de la Audiencia Nacional llevaba a una resolución judicial su impresión de que los políticos están degradados y desde las filas populares se le replicaba con el epíteto de «pijo ácrata». Carnaza que en una sociedad abrasada por la crisis solo puede favorecer la división.