Casi nadie, salvo él y sus colaboradores más cercanos, confiaban en que Feijoo ganaría en el 2008. Y pocos creyeron que, tras su primera legislatura, el líder del PP, en la peor coyuntura imaginable, no solo repetiría sino que incluso ampliaría mayoría. Y es que Feijoo ha sido el primer presidente que ha debido gobernar con presupuestos decrecientes. Los del Gobierno gallego no hicieron otra cosa que aumentar desde el comienzo de la autonomía hasta que Feijoo llegó al poder. Pero desde entonces se contrajeron año tras año, y ello hasta el punto de que el presidente de la Xunta acabase gestionando en el 2011 un presupuesto que era un cuarto más reducido que el último que presentó su antecesor.
Aunque gobernar es cosa de talento y de capacidad para conectar con las preocupaciones y expectativas de la gente, solo quien nada sabe del asunto desconoce que gobernar es también cosa de dinero. Cuando hay mucho, gran parte de los problemas se resuelven por sí solos y cuando hay poco meterles el diente resulta en ocasiones imposible.
El debate de ayer entre Feijoo y los dirigentes de la oposición me hizo recordar una frase que en una comedia deliciosa (Mejor imposible) pronuncia su protagonista, un tipo maniático, entre tierno e insufrible, que Jack Nicholson borda con su maestría habitual. Deprimido por sus males imaginarios, Nicholson espeta a quien intenta consolarlo: «Yo me estoy hundiendo y tu estás describiendo el agua».
Y eso, describir el agua, es decir, esta crisis del demonio que ha hundido al país tras cuatro años de desastres inclementes, es lo que hicieron ayer en gran medida los líderes de la oposición en el Parlamento de Galicia. Tal estrategia pueden permitírsela, sin duda, AGE y el BNG, dos fuerzas que se sitúan al margen del paradigma de la estabilidad presupuestaria que el PSOE, primero, y el PP, con posterioridad, han asumido como parte esencial de su política económica. Pero lo que puede darle resultado al nacionalismo no se lo dará a los socialistas, según lo han demostrado los últimos procesos electorales celebrados en España. Los electores socialistas, la inmensa mayoría de los cuales nada tienen que ver con los del Bloque y con los de AGE, saben ya que su partido no podrá hacer una política opuesta a la que ahora impulsa la derecha por la sencillísima razón de que no dispondrá de los fondos necesarios para financiarla.
No se trata, claro está, de que el PSdeG diga amén a Feijoo de forma sistemática. Se trata de que fijar una oposición parlamentaria bien diferenciada de la del nacionalismo es esencial para el Partido Socialista, cuyo mayor error sería creerse los cantos de sirena de quienes siguen empeñados en mantener la confluencia con aquel, confluencia que ha convertido al PSOE en un partido irrelevante prácticamente en toda España.