El paradigma clásico de la economía capitalista (Smith, Ricardo, Malthus, Say) analizó las leyes que rigen la producción (output) y la distribución del excedente, integrando de este modo los problemas económicos y de poder que se generan con la acumulación del capital o con sus interrupciones (crisis). Las aportaciones posteriores de Marx y Keynes (siglos XIX y XX) tienen su raíz en la escuela clásica de la economía, si bien introducen rupturas y derivaciones que se distancian de ella. Pero los cambios más relevantes, por sus efectos actuales en la ciencia económica, se inician a finales del siglo XIX con la escuela neoclásica (Marshall, Walras, Pareto), fundamentada en el paradigma de la escasez y en la interacción de la oferta y la demanda (mercado). Desde entonces, la economía deja de ser una ciencia que estudia las relaciones sociales que se derivan de la producción y distribución del excedente para pasar a ser una ciencia que estudia las relaciones técnicas de consumidores y empresarios dentro de la operatividad del mercado. Y es entonces cuando a los señores del dinero dejan de gustarles muchas cosas. Por ejemplo, un Estado que gestiona casi la mitad del excedente para beneficio de trabajadores y segmentos débiles de la sociedad. Por eso apareció la globalización y la desregulación de los mercados. Y por eso hay teorías de inspiración neoclásica que invaden la política, la academia y los medios de comunicación. Para defender un sector público reducido se afirma que los políticos y funcionarios son ineficientes, despilfarradores y corruptos. Para defender la privatización o gestión privada de lo público, se habla, sin contraste, de eficiencia. Igual que para reducir impuestos. Y se limitan el gasto, el déficit y la soberanía monetaria con normas constitucionales. Y se combate la fiscalidad sobre el patrimonio y su transmisión. Pobreza, desigualdad, excedente y fraude fiscal son expresiones que ignora el discurso neoliberal vigente.
Por eso nos preocupa la demolición sistemática del Estado social y sus efectos evidentes en gran parte de la población. La reforma laboral rompió equilibrios básicos que afectan a la negociación colectiva y a la distribución del excedente. Naturalmente, los ejércitos de reserva completan la faena. Pero el trabajador pierde también gran parte de su renta en especie que el Estado transfiere en forma de servicios y prestaciones. Si la financiación del Estado se fundamenta como hasta ahora en salarios (IRPF) y consumo (IVA e impuestos especiales), evadiéndose gran parte de las rentas y ganancias de capital, el futuro es un imposible. Pero ese es el futuro que nos preocupa. Un futuro donde los aspectos estructurales que ahora se ocultan y destrozan son para nosotros las variables más relevantes.