Con la más solemne indignación

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

05 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Es la historia de todos los meses, pero es la historia de este tiempo. Un par de estadísticas más, y estaremos en los cinco millones de parados registrados en el Inem. Los anotados por la EPA son casi un millón más. Si escribo de este drama una vez más, es por un solo motivo: que no parezca que nos hemos acostumbrado y estamos instalados en el fatalismo, como si el paro fuese algo inevitable, una enfermedad congénita de este país. Y me apresuro a decir algo: será inevitable mientras continúe la caída de la actividad económica. Por tanto, nos espera un 2013 descorazonador y sabe Dios cuánta desesperanza ante el año 2014. Eso es lo que dicen los estudios de previsión.

Lo peor de esta emergencia nacional es todo. Absolutamente todo. Es pésima la caída de afiliaciones a la Seguridad Social, porque el número de cotizantes se reduce a los 16,5 millones. Sumen ustedes el número de parados (cinco millones) y el de pensionistas (casi nueve millones), y nos acercamos a un peligroso empate que hace insostenible el sistema. Miren ahora al panorama de regulaciones de empleo: los afectados por los eres anunciados, desde Iberia a Telemadrid, pasando las antiguas cajas de ahorros y multitud de empresas medianas, suman millares. Y añadan finalmente las esperanzas de encontrar empleo: radicalmente escasas, por no decir nulas. Hay sectores enteros de población, que van desde los 45 a los 65 años de edad, que dan por terminada su vida laboral. Un desastre.

Frente a ello, ¿cuál es la actitud de los gobernantes? Tomarlo todo como una tormenta que algún día pasará. Los ministros están contentos con sus pequeños logros: uno, porque atrapó 1.200 millones de los más descarados y pudientes evasores; otro, porque ha conseguido no sé qué de sus compañeros europeos; un tercero, feliz porque ve decaído el secesionismo catalán; y el presidente, dichoso porque sus reformas animan a los fabricantes de coches que, por cierto, son de capital extranjero. Pero benditos sean, porque son los únicos que invierten en este país, aunque los puestos de trabajo que van a crear no llegan al número de despedidos de la reconversión bancaria.

Falta un político que deje de echar las culpas al adversario, como si hubiera alguien libre de culpa. Falta otro que se rebele ante la causa de la falta de inversiones productivas. Y falta, probablemente, quien se plante ante esos organismos internacionales que nos quieren ahogar más con impuestos y reducciones salariales; alguien que deje de ser disciplinado con la Europa que nos asfixia con sus condiciones y plazos; alguien que diga, leñe, que ya está bien de que nos frenen el crecimiento y condenen a tanta gente a la miseria. Porque, efectivamente, ya está bien.