Dadas las características de su filmografía anterior, no ha sido una sorpresa que en su última película, El capital, Costa Gavras se haya internado en el proceloso mundo de las finanzas globalizadas. Se une así a toda esa corriente de «cine de la crisis», que poco a poco se va haciendo copiosa. Llamativamente, al menos por el momento, es difícil encontrar tramas argumentales que se centren en los efectos económicos y sociales más dramáticos de la Gran Recesión (una notable excepción es The Company Men). En cambio, en torno al comportamiento depredador de las altas finanzas se ha ido originando ya todo un subgénero, con algunos títulos de referencia, como Margin Call o Cosmópolis: un cine de visión obligada para quien desee saber más sobre el modo de operar del casino global.
El interés del público por esas obras trasluce que, en un entorno cada vez más conflictivo, las entidades financieras aparecen en el imaginario colectivo como los principales villanos de la triste historia que vivimos desde hace cinco años. Es verdad que la antipatía social por los banqueros es tan vieja como el capitalismo: ya a principios del siglo XX el juez Louis Brandeis lanzó un famoso y virulento alegato contra el poder de los bancos (recién reeditado en castellano: El dinero de los demás). Parece claro que ahora las cosas han ido bastante más lejos.
Así lo muestra El capital, que estando probablemente lejos de ser la mejor película de Costa Gavras, ofrece una visión de las altas finanzas que es a un tiempo brutal y veraz. En su argumento, las descarnadas luchas por el poder económico conviven con el engaño y la manipulación sistemática, el desprecio a las implicaciones económicas y sociales de las decisiones de inversión y la invasión del espacio político. Todo ello en un mundo en que nada es lo que parece y en el que las máquinas juegan un papel cada vez más crucial en fragmentos de tiempo más reducidos. Su atmósfera parece exagerada, casi inverosímil: el problema es de puro realismo.
Hay en la película un supervillano: los grandes bancos de inversión de Wall Street. A estas alturas no cabe dudar de su responsabilidad en el origen de la crisis, pues ellos fueron lo que inventaron y pusieron en circulación las «armas financieras de destrucción masiva». No tiene mucha discusión que sus métodos han sido y son tan repudiables como sus resultados. Por eso no deja de ser un enigma que de ahí -precisamente de ahí- provengan muchos dirigentes de bancos centrales y Gobiernos europeos, de Draghi a Monti, pasando por De Guindos. El último miembro del club en llegar ha sido Mark Carney, nuevo gobernador del Banco de Inglaterra (trece años en Goldman Sachs).