Si la incertidumbre se había convertido en un acompañamiento habitual del sistema económico desde la anterior crisis de la energía, con la globalización la volatilidad de la información y la fragilidad de la toma de decisiones no hicieron más que reforzar la centralización del poder económico a niveles que nunca habíamos conocido. En parte, la actual crisis no es más que un profundo desajuste en el sistema general producido por la apertura del mercado y la difusión del crecimiento económico a escenarios cada vez más amplios, que dieron lugar a una dura competencia para los actores territoriales tradicionales, como Europa y Norteamérica. Se trata, en definitiva, de un cambio estructural de la geografía económica mundial.
En el caso europeo, a nosotros, es decir, a España, el cambio de roles nos dejó profundamente tocados, en parte por la vulnerabilidad de nuestro modelo de crecimiento, pero también por una suma de conductas económicas, sociales y éticas tan insostenibles como el mismo modelo económico. Hace unos seis años escribí en estas páginas un artículo en el que afirmaba que la crisis era total, porque a la crisis económica y política se sumaba la crisis social. Ahora, después de un año de durísimos ajustes, empiezan a verse algunos movimientos que pudieran hacernos vislumbrar el principio de un retorno. En efecto, el mercado bursátil ha empezado a remontar y, como se sabe, este es un síntoma anticipatorio que permite pensar en el remonte de la crisis económica en algo más de un año, como todos los analistas predicen. De hecho está mejorando nuestra credibilidad internacional en medios especializados, para lo cual han sido clave algunos movimientos, como el equilibrio en la balanza por cuenta corriente y de los flujos monetarios internacionales, o el haber conseguido frenar la fuga de divisas, y el interés por ajustar el déficit.
Lo mismo debería ocurrir en Galicia y esa es la misión de la nueva política económica de la Xunta: recuperar el sistema productivo regional, sin transferir nuestro know how a los competidores, como pudiera ocurrir con el sector naval si no se toman precauciones. Claro que aún nos queda el ajuste del modelo político-administrativo que puede tardar un año y medio más, y lo más difícil, es decir, el ajuste del mercado laboral y los cambios en los modelos de conducta individual y social. Lo más complicado es saber si los ciudadanos podrán soportar uno o dos años más que esta situación se prolongue sin que la crisis social devenida se transforme en una crisis sociopolítica de imprevisibles dimensiones.
En ello la actitud de los partidos políticos y de los sindicatos habrá de jugar un papel fundamental. A ellos debemos pedirles cambiar sus estrategias: desde el oportunismo demagógico a la responsabilidad social, lo cual no es equivalente al conformismo sociopolitico.