La ley del embudo

Pablo Mosquera
Pablo Mosquera EN ROMÁN PALADINO

OPINIÓN

03 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cualquier situación pasada, por mala que fuera, se ve superada cada día. Es la versión española de la ley de Murphy. No hay adonde mirar, ni donde ponerse a resguardo de la que nos está cayendo.

La casta de los políticos permanece impasible a la opinión y a la indignación de la ciudadanía. De ahí los incidentes de falta de respeto a personas o instituciones. La gente, desde la desesperación, con muy poco que alguien les incite, manifiesta su ira contra los representantes y mandatarios públicos.

Esta es la razón por la que los Parlamentos pueden ser la cita para los indignados. La respuesta no puede ser cerrarlos. Tampoco tolerar que sus tribunas de invitados se transformen en púlpitos del insulto y la algarada.

La presidencia de la Cámara en la que reside la soberanía popular, sea Parlamento de Galicia o Congreso de los Diputados, gobierna y ordena los debates en democracia con arreglo al reglamento de la institución. Los grupos parlamentarios son los responsables del comportamiento de sus invitados. Pero el problema es muy profundo y creciente. ¿Dónde puede el ciudadano hacer valer sus derechos frente a la borrasca de la corrupción y la injusticia, en una sociedad que cada día se despierta con un escándalo al que solo le afecta el tiempo que dura la noticia en la cabecera de la información?

La ley del embudo parece ser una ley no escrita pero que forma parte del procedimiento al uso. Si usted no paga una multa, le embargan el sueldo. Si tiene una deuda con la Agencia Tributaria, le cae el pelo; si no paga un crédito, lo desahucian de forma inmisericorde; si utiliza una tarjeta de crédito ajena para comprar comida que sacie el hambre de sus hijos, lo condenan a prisión. Mientras, el poder juega con la palabrería e incrementa los impuestos y las tasas, como hacían en la Edad Media los feudales con el pueblo llano. Los que deberían dar ejemplo de honestidad salen en listas ocultas que alguno decide utilizar para no quedarse solo ante el Estado de delito colegiado.

Así no hay manera de seguir. Los unos tapan sus vergüenzas, y lo más piden un pacto. ¿Qué pacto y para qué? A lo peor para hacer tabla rasa, ya que todos están en la cuestión, y temen a los que conservan recibos o correos para mostrar el alcance de la práctica corrupta, como actitud generalizada, hasta que alguien lo descubre y se hace público el escándalo.

Y mientras tanto, Garzón, único imputado y condenado.