No hay nada más parecido al anterior debate sobre el estado de la nación que el debate actual. Da igual que el presidente se llame Felipe, Aznar, Zapatero o Rajoy. Ese presidente siempre verá con optimismo o con esperanza la situación nacional, por grave que sea. Los demás oradores contemplarán lo más parecido al desastre o, como dijo Rubalcaba, a la emergencia nacional. La novedad de este año es que Mariano Rajoy se estrenaba, el estado de la nación no puede ser peor, y la sociedad no demanda discursos, sino que reclama soluciones.
De entrada, quiero decir una cosa: si esto era un examen, Rajoy pasó la prueba. Domina la asignatura, conoce los detalles, tiene el suficiente mal café para arrinconar al líder de la oposición, dispone de un buen servicio de documentación para mantener la teoría de la difícil situación heredada y está seguro de su obra de gobierno. Como está tan seguro, que nadie espere de él la menor intención de rectificar nada. ¿Qué digo? Que nadie espere la menor intención de hacer algo de autocrítica. Todo lo que hizo lo hizo bien, y ese todo sigue consistiendo en sentar las bases de la recuperación futura. Por desastroso que sea el presente, Rajoy es el hombre convencido de que camina en la buen dirección. Se lo han dicho tanto sus compañeros europeos, que está dispuesto a desmentir las estadísticas actuales.
O sea, que saldremos de este debate con una receta contra la crisis: si no quieres caldo de austeridad, toma tres tazas. Conseguido rebajar el déficit a menos del 7 %, hay que seguirlo rebajando otros cuatro puntos. Esto solo se hace manteniendo los ajustes impuestos e imponiendo otros nuevos. Las medidas de recuperación están bien, pero se me antojan cortas para salir del drama del paro en que estamos instalados. Y, más que su cortedad, inquietan los oídos sordos a las iniciativas de otros partidos. Nada de plan de choque contra el desempleo, cuya ausencia lamentó Duran i Lleida. Nada de dar por recibida la idea de Rubalcaba de un acuerdo nacional por el empleo y la cohesión social. Se podía tener el detalle de prometer estudiarlos. Pero nada. Este Rajoy de los oídos sordos es nuevo. Es el Rajoy autosuficiente que, ante el momento dramático de la nación, dice aquello de «dejadme solo».
Y la verdad es que el clima político visto ayer empuja a esa soledad en la gobernación. Rubalcaba hizo una buena intervención, pero tiene el lastre de su propia obra de gobierno, que anula gran parte de su labor opositora, a poco que el presidente eche mano de la hemeroteca. Recoge la indignación popular, pero es demasiado fácil echarle la culpa de esa raíz. Necesita mucho tiempo para hacerse creíble como alternativa. Y quizá para hacerse respetar.