En la grotescamente real opereta Bárcenas-PP solo faltaba ver al multimillonario tesorero haciendo cola en una oficina del Inem para apuntarse al paro. Menos mal que él mismo desmintió el rumor que circuló a toda velocidad por la Red esta semana. Aunque bien pensado, no sería extraño que hiciese esa pirueta en su estrafalario pulso con la calle Génova ni debería sorprender que su desmentido fuese otra falsedad. Porque cualquier cosa se puede esperar de esta ópera bufa. Ni las fechas del fin de su vinculación con el PP resultaron ser ciertas, ni la forma de dejar su antiguo empleo ni, por supuesto, hay seguridad de lo que cobraba y lo que le falta por percibir. Si nos agarramos a la torpe explicación dada por De Cospedal bien podría ser todo una simulación. O una farsa.
Parece todo una broma de mal gusto. Especialmente esta última de que el marchante Bárcenas se sumaría -después de reclamar por su improcedente despido- a la nómina de los seis millones de españoles que viven el drama personal y familiar de no tener trabajo. Doble insulto a los que carecen de empleo, porque quizás algunos podrían estar ahora libres de ese calvario si el tesorero-recaudador no se hubiese aplicado con tanto ahínco al supuesto encargo de recoger (presuntamente) comisiones que se ve que en este país fluyen (o fluían) con más alegría que la fervenza del Xallas.
Pero no pasa nada. El sueño de Aznar de meternos en el club de los ricos del G-8 y las aspiraciones de Zapatero de que jugásemos la Champions de las economías punteras se han esfumado. Y la recesión sigue, con un acelerón en la caída a los abismos de la (in)actividad económica en el último año. De traca.