Hace unos meses, unos aguerridos ciudadanos ataviados con chalecos que decían «Agencia Tributaria» irrumpieron en restaurantes de Madrid a la hora del almuerzo. Según las noticias publicadas entonces, procedieron a recoger enseres previamente embargados. La acción sorprendió por insólita, por la hora y por la forma, tan abrupta como indecorosa. La intención estaba clara: que los comensales viesen cómo se las gasta Hacienda cuando alguien contrae una deuda tributaria: no se respeta ni la intimidad del deudor ni la hora de comer. Fue una de las primeras actuaciones estelares del ministro Montoro, que podría ir por el mundo como Superman con un letrero en el pecho: «Hay que pagar». Es lo que dijo, por este orden, a los medios informativos, a los actores, a los partidos políticos y a unos seres tan modestos como los creadores de opinión.
Hace dos días, cuando comenzaba la plantá de las Fallas de Valencia, otro pequeño ejército de inspectores hizo su propia plantá en las comisiones falleras en busca de facturas. Por lo que tengo entendido (y sufrido), las inspecciones se hacen de forma más discreta: se cita en una oficina de la Agencia a quien se quiere investigar, se le pide un carro de documentación y se inicia la comprobación de los datos. En ese momento comienzas a ser un delincuente que debes demostrar tu inocencia. En fallas, no. En fallas se hizo una operación que Jesús Gil llamaría ostentórea, con máxima publicidad e intención de ejemplarizar. Yo le llamo la mascletá de Montoro.
Vamos a ver: inspeccionar una actividad económica no solo es lícito, sino la obligación básica de la inspección de tributos. Para eso ha sido creada, y su trabajo merece reconocimiento y aliento. Si siempre hubiese funcionado con tanta eficacia como ahora, quizá no arrastraríamos tanto fraude fiscal. Pero hay formas que se deberían cuidar. De los 365 días que tiene el año, ¿no hay una fecha mejor para pedir papeles a los protagonistas de una de las fiestas más reconocidas de España? ¿De verdad que solo son localizables los responsables de las comisiones falleras en día de la plantá? Hasta Rita Barberá, que es del mismo partido que el señor Montoro, se escandalizó.
Lamentablemente, este episodio me recordó a la SGAE de la voracidad, cuando se presentaba en las bodas y en las fiestas de los pueblos a espiar qué música ponían. No quiero esa imagen para la Hacienda pública española. Quiero una Hacienda eficaz, justa, equitativa, que contribuya al reparto de los recursos y sea un instrumento de justicia social. A veces da la impresión de que empieza a actuar con un trabuco, alentada por la banda sonora de un mandamás que la espolea al grito de guerra de «hay que pagar».