No sabemos a día de hoy hasta dónde pueden llegar las consecuencias de las fotos del presidente de la Xunta con un conocido contrabandista. Y no por la importancia en sí mismas, sino por su significado. Las fotos reflejan, por encima de lo material, un modo de pensar, una filosofía social y una manera de valorar las cosas que ha dominado a una gran parte de nuestra sociedad: el valor del trabajo, del esfuerzo, de la honestidad, del altruismo fue suplantado por el valor de la cercanía al poder, al dinero, a la imagen, a las influencias y a un conjunto de atributos que caracterizaban un estilo de vida que unos y otros, en mayor o menor medida, deseábamos. La diferencia era el precio que cada uno estaba dispuesto a pagar por la supuesta cercanía al éxito.
Una filosofía que habría de generar una sociedad donde una gran parte de la población, políticos y no políticos, empresarios y trabajadores, profesores y alumnos, mujeres y hombres, clérigos, laicos y agnósticos, en fin, todos los estratos sociales admitían como principio aquello de que el fin justifica los medios; y la moral, al dejar de regirse por valores objetivos, se acomodaba a las conductas de conveniencia: da lo mismo que ese estado de cosas llevara a una cadena de favores, a una trama de engaño o corrupción, a pequeñas o grandes prevaricaciones, que a grandes delitos de esta clase. Deslumbrados por el poder o por el modo de vida de los ricos, por el éxito de los pelotazos y la rentabilidad de las influencias, casi resultaba imposible ver las luces limpias y frescas del amanecer. Y muchos cayeron en la trampa, desde los que defraudaban a Hacienda o a la Seguridad Social hasta las jubilaciones anticipadas fraudulentas, las dispensaciones de medicinas y bajas médicas abusivas, el aprovecharse del dinero público y toda una reata de conductas tan habituales que se convirtieron en normas sociales de aceptación común. La sociedad se corrompió, y tal vez los políticos y los intelectuales pudieron haber ejercido un liderazgo moral, pero, salvo excepciones, no fue así.
Ahora nos encontramos con un país que precisa una restauración de la ética social. Una tarea para la cual los dirigentes actuales no son adecuados porque todos ellos están inmersos en ese modelo social y de valores. El camino está abierto a las nuevas generaciones. Por eso las fotos de Feijoo no son más que un reflejo de una conducta a la que muy pocos hubieran renunciado. Cierto que, con humildad y disculpándose del error de perspectiva, podría restituir su reputación de persona íntegra. A la vez también podría añadir algunas referencias a ciertas fotos, ciertos coches, ciertos despachos que torticeramente fueron utilizados en campañas electorales; fruto también de aquella sociedad que no reparaba en la mentira o la media verdad como estrategia para conseguir los objetivos. Feijoo fue una víctima más de ese modelo social. Es tiempo de disculparse y seguir mirando hacia adelante. Jugar con amistades peligrosas es un riesgo por el que muchas veces toca pagar, y, siempre, arrepentirse. Equivocarse es humano; arrepentirse, de sabios.