Atención, clase política y, sobre todo, atención, gobernantes: la gente os quiere cada día menos. Se está creando un abismo entre el pueblo y vosotros. Digo más: si la encuesta del CIS es cierta, el pueblo español empieza a pedir la revisión de actitudes, de los comportamientos y de la realidad nacional. Cada barómetro que se publica, aumenta el número de ciudadanos descontentos con sus políticos y que los considera uno de los grandes problemas del país. Una encuesta aislada tendría poco valor. Una sucesión de encuestas en la misma y creciente línea denuncia una grave distancia entre administradores y administrados. Y algo peor: entre representantes y representados. Otros sondeos publicados estos días señalan que el desapego afecta también a las instituciones, como parece natural.
Ignoro si los datos del barómetro son los que corresponden a lo que ya se empieza a llamar «crisis de régimen», final de etapa histórica o cambio de ciclo. Pero es seguro que el conjunto de los descontentos sí puede acelerar la tendencia a hacer de la crisis de confianza y de satisfacción popular una de las bases de esa crisis de régimen. Ya podemos decir sin temor a equivocarnos que los ciudadanos satisfechos son una exigua minoría; que quienes confían en un mejor futuro próximo caben en una provincia mediana, y que aumentan todos los indicadores que alimentan el pesimismo nacional.
Esa es la palabra: pesimismo. La sociedad española está psicológicamente en uno de esos trances donde casi todo se contempla de forma negativa. Eso contrasta con los mensajes que machaconamente emiten el Gobierno y sus portavoces: un permanente jolgorio de salida de la recesión; un canto a la excelencia del comportamiento del país; un interminable aleluya de nuestros logros, que el domingo alcanzó su cénit con el siempre brillante González Pons, que proclamó que España es el país europeo que mejor reacciona ante la crisis.
Contrasta también con el presidente Rajoy, que hace días defendió que no existe un problema generalizado de corrupción, mientras los encuestados elevan la corrupción al podio de los grandes problemas del país, número dos, inmediatamente después del paro. Estamos, por tanto, ante un fracaso de conexión entre el mensaje oficial y el sentir de la ciudadanía. La opinión no reacciona con propaganda, sino con hechos. Y ahora mismo está diciendo que hay que empezar a exigir responsabilidades a quienes han hecho posible que la situación económica sea mala o muy mala para el 92 % de los ciudadanos y la política para el 84 %. Cuando se alcanzan esos niveles de insatisfacción, se encienden demasiadas alarmas. Todas se resumen en una disyuntiva: o más eficacia, o urgente revisión total.