La farándula ibérica tiene una incorregible tendencia a engullir sus criaturas de un solo bocado. De esta curiosa afición no se salvó ni Cela, que algunos quisieron reducir del Nobel a un estrafalario y senil bañista de palangana. Tampoco Sara Montiel, a quien el carrusel descerebrado de los Sálvames acabó transformando en un monstruo de feria que tenía como profesión fumar habanos y ligarse a fornidos cubanos (no necesariamente por ese orden). La actriz alimentó con gasolina la lumbre del esperpento y terminó por imitarse no a sí misma, sino a esa caricatura travestida que dibujaban los platós a golpe de chequera. Detrás de ese humo estéril del corazón está Veracruz, el wéstern donde la Montiel se codea con un tal Gary Cooper. Pero quién se acuerda ya de aquel Hollywood en esta cutre España cañí.