Cuentan que un 23 de abril de 1616 se apagaban, a muchas leguas de distancia, los cerebros de Cervantes y Shakespeare. Las teorías también sugieren exactamente lo contrario: la coincidencia es un cuento. Cervantes murió 24 horas antes y el autor de La tempestad se fue al otro mundo el 3 de mayo. Pero a estas alturas ya no importa demasiado ajustar sus muertes al engranaje del calendario occidental. Más allá de las pesquisas académicas, es mucho más interesante la hipótesis de que la excusa para celebrar hoy el Día del Libro sea eso: pura literatura. Una trama que podrían haber urdido Orson Welles o Chesterton, que bebieron la vida en las palabras de Falstaff y don Quijote y que sabían que la ficción (y no la realidad) es lo que nos salva de la locura.