No sé ustedes, pero yo tengo la sensación, y desde hace tiempo además, de que parecemos habernos vuelto locos. Hemos entrado, no se sabe cómo, ni el porqué, en una espiral de enajenación nacional que pone en riesgo muchos de los incuestionables logros colectivos de la hasta ahora denominada con orgullo España constitucional. Una situación más propia de alguna de las más enloquecidas cintas cinematográficas, que de un país moderno y vertebrado. Si en la película El mundo está loco, loco, loco (1963), del director Stanley Kramer, los Spencer Tracy y Mickey Rooney corrían atropelladamente tras un maletín con trescientos mil dólares hasta Santa Rosa (California), parte de nuestra sociedad civil y de nuestra clase política han perdido el rumbo. Y si me permiten, hasta el sentido común.
Los últimos acontecimientos que vivimos lo atestiguan de una manera tozuda. Empecemos por lo más grave: la deriva secesionista en Cataluña, lejos de reconducirse, sobre todo tras el monumental batacazo electoral de CiU en las últimas elecciones autonómicas, se manifiesta cada vez de un modo más desafiante. A saber: ninguneo flagrante de la Constitución, violación grosera del marco legal vigente, apelación a sentimientos ancestrales e irracionales, insumisión fiscal? El panorama político es, desde luego, para tentarse la ropa. Aunque no quedan aquí los disparates de las ensoñaciones soberanistas.
Además, y para que nada falte, el secretario general del Partido Socialista de Cataluña ha puesto encima de la mesa tres perlas que consagran a un estadista. La primera, la asunción, por muchos matices que se argumenten, de las tesis secesionistas del Gobierno de la Generalitat. Una circunstancia sorprendente en una formación política de tradicional arraigo y proyección nacional. Un partido que, desde que fuera fundado, allá por el año de 1879, por Pablo Iglesias, siempre postuló los principios de unidad nacional, tal y como atestigua el propio nombre del partido madre: Partido Socialista Obrero Español. Me gustaría saber qué pensarían hoy de lo que sucede los Iglesias, Fernando de los Ríos, Indalecio Prieto o Negrín. La segunda, la reclamación de una extraña segunda transición que no soy capaz de comprender: ¿Transición hacia dónde?; ¿transición para qué? Y, la tercera, la frívola solicitud de abdicación del rey.
Pero no quedan aquí los disparates. Resulta que también el fiscal general de Cataluña se declara a favor de la consulta soberanista. ¡Lo que nos faltaba por escuchar! Siempre había pensado que la Fiscalía estaba sometida de forma escrupulosa no solo a los principios de la constitucionalidad y de la legalidad, sino que tenía encomendada, específicamente, su amparo y garantías específicas. No estaría de más que releyera el insigne jurista lo que dispone expresamente el artículo 124 de la Constitución: «El Ministerio Fiscal... tiene como misión promover la acción de la justicia en defensa de la legalidad».
Lo dicho: ¡a ver si recuperamos pronto la cordura!