La justicia, los drones y los bates de béisbol

OPINIÓN

25 may 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Cuando Brian de Palma quiso caracterizar a Al Capone, y enseñar la dimensión asesina de aquel gánster jovial y parrandero, filmó, en Los intocables de Elliot Ness, la genial y terrible escena del restaurante. Tras sentar al hampa a una mesa redonda, con intención de aleccionarlos, Robert De Niro echa mano a un bate de béisbol - «es mi última afición», dice entre risas forzadas- y empieza a dar vueltas, a espaldas de sus invitados, mientras explica la técnica y el atractivo del buen bateador. Finalmente, situado ya detrás del traidor, le golpea la cabeza con furia y saña hasta reventársela, para que todos contemplen «su justicia» inexorable. Y allí queda el muerto, mientras todos vomitan, manchando con sangre el impoluto mantel.

Obama y sus socios de la OTAN no usan bates de béisbol, porque no son gánsteres al estilo Chicago. Pero usan unas cosas llamadas drones que son como bates teledirigidos, que no necesitan ni la fuerza ni los cataplines de Al Capone, porque viajan solos hasta el destino, buscan al malo que quieren asesinar, y estallan sin más en sus islámicos fociños. Y después mandan las imágenes a la televisión para que todos veamos en directo -como si estuviésemos en la mesa redonda- «su justicia» expeditiva.

Mucha gente cree que los drones son más sofisticados y menos pecadentos que el bate de béisbol. Pero es un error. Porque Al Capone bateaba exactamente la cabeza que quería machacar, mientras que los drones se llevan por delante a los vecinos e hijos del muerto, cuando no caen directamente en una boda o en la escuela del pueblo. En ese sentido hay que reconocer que el bate de béisbol es más moral que el drone. Y también más ecológico, porque el bate sirve para diversos usos y para varias cabezas, mientras que los drones son de un solo uso y llenan el ambiente de uranio empobrecido.

Garantías judiciales no tiene ninguno de los métodos, ni falta que le hacen. Tanto los drones como los bates actúan por intuición, aplican la ley del más fuerte y no necesitan establecer reglas morales y recíprocas. Y por eso -porque el tipo de armas define la calidad de las guerras- los dos instrumentos de matar generan sus propias estrategias: unos mandan el drone mientras toman el té o juegan al golf, y los otros mandan un lobo solitario, con un machete afilado y un cerebro lavado, que hace lo mismo, por lo mismo y para lo mismo Unos le rezan a Yahvé y otros a Alá. Los de aquí van de Armani, o con impolutos uniformes, y los de allá van en zapatillas y se salpican de sangre. Pero el resultado es el mismo: que la violencia engendra violencia, que la seguridad sin justicia no crea adhesión, y que los que para unos son terroristas son héroes para los otros. Y así andaremos, muriendo y matando hasta que sepamos crear justicia. Porque de momento solo hacemos inmundos crímenes.