L os Premios Príncipe de Asturias llevan una etapa ya larga ejerciendo de preludio del Nobel. Poco a poco, el listón se fue elevando y su internacionalización se hizo efectiva. El galardón de las letras seguía esa misma estela. Hace dos años, nada menos que Leonard Cohen, cantante y letrista universal. Hace uno, uno de los norteamericanos más leídos y de mayor prestigio, el prestidi(a)gitador de historias y palabras, Philip Roth. Y este, nada menos que Antonio Muñoz Molina. Desde 1998 ningún español recibía el premio. ¿Es un regreso a lo cercano como algunos lo han visto o más bien se trata de impulsar a uno de nuestros grandes autores hacia el territorio siempre sorpresivo del Nobel? Solo el tiempo y los jurados tan extraños lo dirán. ¿Puede ser Muñoz Molina Nobel? Puede. Como lo puede ser también Javier Marías. Como lo fue Cela o lo estuvo a punto de ser Miguel Delibes. Muñoz Molina, como le sucede a los escritores que no dejan de producir, tiene sus dos cimas y tiene sus simas. Sus dos cimas son El invierno en Lisboa, jazz y literatura negra y humo, y Sefarad, sin duda. ¿Darle el Príncipe de Asturias es una manera de decir que es el primero de los candidatos en esa hipotética lista que sueña con Estocolmo?