La fotografía me conmovió. Me golpeó el corazón desde la tercera página de este diario. Ayer, la niña de los mocasines rojos recién estrenados era evacuada por un voluntario que la llevaba en brazos, en el colo. Era una Piedad inversa. Su cara y su brazo estaban llenos de sangre. De nuestra sangre, la sangre solidaria, la que formó colas nocturnas frente a los hospitales, la que desde las redes sociales nos convocaba a donar. La que corre por las venas de Galicia entera. Nuestra sangre solidaria. Y recordaba la frase en gaélico que Frankie (Clint Eastwood) traduce cuando ayuda a morir a Maggie (Hilary Swank) en Million Dollar Baby. El viejo gruñón desvela el significado de «mo cuishle», que en castellano quiere decir mi amor, mi sangre.
La víspera del Apóstol, la noche en que arde la fachada de la catedral, se desangró Galicia en las ochenta víctimas que viajaban en el tren de la muerte cuando ya se veían las siluetas de las torres catedralicias y la noche llamaba a las puertas del día grande que comenzaba a huir hacia el mar.
Y fue la sangre campesina, la peregrina, la sangre del abrazo y de la fiesta la que tiñó de rojo y de dolor el día de Galicia que no quiso evitar el llanto colectivo y convirtió en luto la alborada. Y recordé la vieja novela iniciática de un joven Alcalá de los primeros años setenta: Voltar, seis historias que ayer se multiplicaron por varias decenas, de seis gallegos que encuentran la muerte en un tren cuando por distintas razones habían decidido regresar a Galicia, «voltar» a la patria.
Nuestra sangre se puso en pie, la entregamos con esa generosidad que hizo de nosotros, de los gallegos, una noble estirpe. Las primeras imágenes de rapaces aguardando, esperando frente a las unidades de transfusión, la Galicia que cubrió a los muertos con el cobertor estampado de sus alcobas, la misma de los ayes solidarios que compartió la vida cubriendo la muerte que se escondía tras la curva.
Nuestra sangre, todas las sangres, como en la novela de Arguedas, sangre amiga, la misma sangre que en el año 44 del pasado siglo se emboscó en un túnel leonés cuando circulaba por las vías el correo expreso de Galicia y es hoy el día en que aún no se sabe el número de muertos, los centenares de muertos que la implacable censura del franquismo nos hurtó escondiendo decenas de fallecidos.
Es la misma sangre, la que en la foto de La Voz muestra la niña que un voluntario lleva en brazos. La de los recién estrenados mocasines rojos. Como la sangre.